giovedì 23 dicembre 2021

Encarnación y misión

 El paradigma de toda misión cristiana



Dios entró en la historia humana a través del misterio de la encarnación del Verbo eterno. El Padre envió a su Hijo amado para salvar a la humanidad de un modo tan simple y a la vez tan arraigado, que nos deja perplejos: el Creador se hizo creatura; el Omnipotente se hizo dependiente; el Eterno se hizo mortal... Esta es la manera como Dios realiza su misión. 

Este es el paradigma de toda misión cristiana: treinta años de silencio, de escucha, de aprendizaje, de meditación, para después exponer los misterios profundos de Dios a través de gestos y palabras simples o de ejemplos de situaciones cotidianas que pudieran ser comprendidas por todos. Y "hablaba con autoridad".

Francisco de Asís entendió que el misterio del pesebre nos enseñaba un proyecto de vida y de misión, por eso a él "le gustaba tanto recordar la humildad de la encarnación" y quiso "ver con sus propios ojos" y sin adornos la minoridad de Dios, para adecuarse a ella.

La encarnación debe iluminar nuestro proyecto misionero. Quien contempla con los ojos de la fe la humildad de Dios, sabe que la misión exige primero encarnar, "someterse a toda humana criatura", aprender... para luego encontrar el momento y el modo justo para abrir los tesoros de la revelación.

Que Francisco de Asís nos ayude a contemplar en el pesebre con nuestros propios ojos, el prototipo de hermano menor que acepta vivir la misión cristiana en este mundo. 

Paz y bien.

martedì 12 ottobre 2021

Capuchinos: una orden misionera

 Renovar el espirito misionero






San Francisco de Asís desde los inicios quería que su orden fuera misionera. Él fue el primer fundador que escribió en su regla sobre los hermanos que, por inspiración divina, partirían más allá de las fronteras cristianas y dio instrucciones sobre el modo de actuar en la misión.

Los capuchinos fuimos grandes misioneros. Nuestro ideal era ser: misioneros y santos.

En los siglos XVII, XVIII y XIX colaboramos generosamente con Propaganda Fidei, de hecho, miles de hermanos dejaron su patria y ayudaron a implantar la iglesia en muchas partes de las Américas, de África y de Asia.

A inicios del siglo XX la orden decidió que cada provincia debía asumir una misión, esto generó un nuevo vigor misionero en los capuchinos de Europa y Norte América, donde ya teníamos provincias.

Hoy, Dios nuevamente nos desafía a renovar el espíritu misionero capuchino. La Orden está aprendiendo a ser misionera también desde sus nuevas fundaciones: ahora son los hnos africanos, indianos, asiáticos, latino americanos, brasileños que principalmente están partiendo a las misiones.

¡Ser Capuchino es ser misionero! No puede haber una circunscripción sin misioneros más allá de su  territorio. Cuidemos y valoremos este rasgo de nuestro carisma, enseñemos a nuestros formandos el valor de la misión y atrevámonos a dejar nuestra estabilidad para dar la vida donde Dios nos envía. La misión da un nuevo vigor a nuestras circunscripciones.

missionicap@gmail.com

sabato 29 maggio 2021

Los Capuchinos y la Virgen de Lourdes

 

Lourdes, el P. Marie-Antoine de Lavaur y 


los frailes capuchinos

1. El 11 de febrero de 1858, Bernadette Soubirous, una joven de la ciudad de Lourdes, que fue con dos amigas a recoger leña a lo largo del río Gave,   siente un ruido, como una fuerte ráfaga de viento. Levantando los ojos ve en el hueco de una gruta a una bella Señora que la llama para que se acerque; la Bella Señora le sonreía. El padre Marie-Antoine escribirá luego: «Y es en esta pobre gruta de Lourdes, hasta ahora ignorada y desconocida para Francia y el mundo, donde el universo vendrá a contemplar esta sonrisa». Por dieciocho veces la jovencita irá a la gruta como se lo pidió la Señora. Estas apariciones han conmocionado a la sociedad del tiempo y suscitaron un gran entusiasmo.

Entre la 17° y la 18° aparición, mientras predica en los alrededores de Lourdes, el padre Marie-Antoine de Lavaur, ya famoso y conocido como el santo de Toulouse, decide llegar hasta la gruta de Massabielle para ver en persona lo que sucede en este recóndito lugar, y para  encontrar a la pequeña vidente.

2. El padre Marie-Antoine, misionero capuchino – alto, de barba larga, hábito gastado, con un crucifijo ceñido al cordón, de alegre sonrisa y una mirada memorable – ha marcado con su carisma un intenso apostolado de cincuenta años por toda Francia. En su tiempo gozó ya de una extraordinaria popularidad; publicó cerca de ochenta obras entre ellas Las grandes glorias de San Antonio de Padua, con una tirada de medio millón de copias.

León Clergue, este fue su nombre de bautismo, nace en Lavaur (Tarn) el 23 de diciembre de 1825 en
el seno de una familia muy piadosa. Al día siguiente es bautizado y consagrado a la beata Virgen. Con una vocación precoz entra a la edad de 11 años al seminario menor de Toulouse. Ordenado sacerdote en 1850, es inmediatamente nombrado vicario en Saint-Gaudens donde siente el llamado de San Francisco y en el 1854 entra al noviciado de los capuchinos de Marsiglia, asumiendo en el día de la fiesta de San Antonio de Padua el nombre de P. Marie-Antoine. Un año después, comienza su exitosa predicación en Marsiglia, en Tolone, antes de ser enviado a la edad de 32 años, a fundar el gran convento de los Capuchinos de Toulouse, al cual estaría ligado por toda la vida. Su notoriedad se extiende velozmente por toda la ciudad. Por su amor por los pobres, su pasión por Cristo y María Inmaculada, y por su vida cada vez más humilde, desprendida y desapegada de sí,   recibe el sobrenombre de «el santo de Toulouse», cuando no tenía aún 40 años.

Un gran «obrero» de María; ha incentivado y animado muchas peregrinaciones marianas; y estará en el inicio de la devoción popular a Nuestra Señora de Lourdes y de las primeras grandes peregrinaciones.



Desde 1893 se dedica a la Obra del Pan de San Antonio, en el resurgir de la devoción al santo franciscano en Francia, y en los últimos años de su vida, realiza un antiguo sueño al hacer construir la capilla de la Virgen de la Consolación en Lavaur, su ciudad natal.

Misionero capuchino hasta el final, creativo, con una energía sorprendente, confesor imparable, lleva adelante su cruzada en todos los frentes: la descristianización del país, la pérdida de las costumbres, la desobediencia en todas sus formas, la libertad de los religiosos despreciados y forzados al exilio en 1880 y sobre todo en 1903. Sus armas son la oración, la formación religiosa del pueblo y sobre todo de los niños, la predicación popular; habla a menudo en dialecto, y conduce a su auditorio hacia un Dios de misericordia y de amor.


Muere en Toulouse el 8 de febrero de 1907 en la soledad de un frío convento, del cual las autoridades públicas no tuvieron el valor de sacarlo por temor a las masas populares. Una multitud de más de cincuenta mil personas asistió a sus funerales, acompañándolo en su último viaje, según datos de la prensa de la época. Su cuerpo, exhumado del cementerio de la ciudad en 1935, reposa actualmente en la capilla de su convento, que pasó a propiedad de los carmelitas en 1999. Su tumba no dejó de ser objeto de ferviente devoción. Es declarado venerable el 23 de enero de 2020.

 

3. El obrero de María está en Lourdes. La Virgen ha aparecido nuevamente el miércoles de Pascua. Bernadette, que hizo la primera comunión el 3 de junio, participa de la misa que celebra el capuchino. Frente  a esta señorita piadosa y cándida como un ángel, así de pobre y grácil, el fraile queda encantado. Bernadette recibe la comunión durante la misa, y el padre escribe «Este mismo día, me han permitido interrogarla por largo tiempo. Cada una de sus palabras es para mí una perla preciosa que he guardado en el cajón de mis recuerdos más religiosos». El padre Marie- Antoine se deja deleitar con la historia de Bernadette. Ninguna duda lo rodea. Todo es verdad. Bernadette es como una flor caída del cielo, o mejor aún, del mismo corazón de María, llamada a ser testimonio eterno y siempre sensible de las apariciones. La última de estas será el 16 de julio.

El padre Marie-Antoine pidió a Bernadette que le repita los gestos que acompañaron la frase «Yo soy la Inmaculada Concepción» Él mismo recuerda que Bernadette incorporándose dijo: «Ella hizo así». «Y al mismo tiempo, su rostro asumió una expresión adorable que no se borrará jamás de mi memoria. Como la santa Virgen, Bernadette  primero extiende las manos, luego las eleva a la altura de los hombros, al final las une sobre el pecho y, mirando al cielo, me dice: Fue en este momento en que la santa Virgen dijo estas palabras «Yo soy la Inmaculada Concepción», Parecía una visión del cielo. Bernadette estaba transfigurada, algo sobrenatural se reflejaba en su rostro, ¡sus ojos se perdían en el infinito! Ambos, profundamente conmovidos nos quedamos en silencio por un momento. “Niña querida, ¡cómo eres feliz!” Bernadette asiente modestamente con la cabeza. “Oh, Padre mío, ¡cómo es bella la Virgen santísima, cómo es bella! Todas las imágenes, todas las señoras de la tierra no son nada frente a ella”».

El padre Marie- Antoine tendrá particularmente en la mente un pedido de la Virgen: «Quiero que se venga aquí en procesión». Tal deseo encuentra un eco especial en su ánimo de apóstol. Y mons. Peyramale, párroco de Lourdes, no tendrá un apoyo más fuerte y un mejor colaborador que el capuchino. Los dos hombres, de fe fuerte y obstinada energía, estaban siempre de acuerdo. El 18 de enero de 1862, el obispo de Tarbes reconoció las apariciones, autorizó el culto en la gruta y propuso además construir allí un santuario. Juntos, los dos sacerdotes, encaminarán las acciones para promover las peregrinaciones a la Gruta de Massabielle. Sin embargo, pasarán seis años para que sea organizada la primera gran peregrinación regional, la de veinte parroquias de la región de Tarbes, guiada por el padre Marie-Antoine.

Pero el capuchino, apóstol de María desde su adolescencia, aprovechando una misión que predica en los alrededores, va a Lourdes en abril de 1862. Es una peregrinación solitaria. En una carta describe a sus padres su experiencia: «El lápiz no tiene el poder de expresarlo, debemos verlo, escuchar y sentir estas cosas del cielo. María está allí, todavía visible, se respira el perfume que ha dejado en este valle, en esta gruta y en esta colina. Parece que la veo y siento su voz, cuando veo y siento a la pastorcita que tuvo la fortuna de ser visitada por Ella en dieciocho ocasiones».

El año siguiente, quizás una tarde de mayo de 1863, siendo tal vez las nueve de la noche, unas veinte personas rezan en la penumbra. Alrededor de otras veinte velas están encendidas a los pies de una imagen de la Virgen. Todo está sereno. «Estas velas deben caminar y cantar» dice para sí el capuchino. Dicho y hecho. Todos son invitados a tomar una vela. «En sus manos, estas antorchas forman un semicírculo frente a la gruta, al canto del Ave Maris Stella. Al día siguiente son cien antorchas; después miles y miles circularán por el sendero ondulante, en la explanada o en el césped». Y, a partir de 1872, con el inicio de las grandes peregrinaciones, las procesiones con antorchas estan en el centro de la liturgia popular de Lourdes.

El padre Marie- Antoine ha hecho grandes cosas en Lourdes. Cuantas más, sin embargo, hubiera querido realizar. Los buenos padres de la Gruta – como les llama – desconfían de sus iniciativas y sus proyectos, buscan resistirlos en todos los modos posibles. Pero él tiene argumentos que desarman. En el año 1870, mientras se está construyendo la Basílica de la Inmaculada, él quiere que sea mucho más grande para rendirle un culto perpetuo a María. Sueña también con la presencia de los capuchinos como confesores. Alrededor de 1880, una benefactora le dará el dinero en efectivo para construir un gran convento para los frailes; pero es el periodo de las expulsiones anticlericales, y debe rechazar el dinero, además todos los frailes, excepto él, van al exilio.

 

4. Pero en Lourdes la presencia de los capuchinos será siempre viva. Además del recuerdo del padre Marie-Antoine y su busto al final de la Vía Crucis, a más de los numerosos frailes que durante toda la época de peregrinaciones se acercan de todas partes del mundo a la gruta de Massabielle acompañando a los grupos, hay un capuchino en vela y que precede a los demás. En uno de los cementerios del pequeño pueblo de los Pirineos, un sepulcro es cumbre de peregrinaciones. Está siempre cubierto de flores frescas y de tantas ofrendas ex voto: está allí sepultado fray Giacomo de Balduina, peregrino de Lourdes (1900-1948). Nacido en Balduina, provincia de Padua, entró con los capuchinos en Rovigo. En 1918 debe interrumpir sus estudios para cumplir con el servicio militar en Milán. Luego de cuatro años retoma el camino del convento y el 28 de setiembre de 1922 en Bassano del Grappa, viste el hábito franciscano, luego irá a Venecia para los estudios teológicos. Muy pronto enferma gravemente. Los superiores, suponiendo que no vivirá mucho tiempo, lo hacen ordenar sacerdote. Luego de la ordenación, con dificultad lleva adelante su ministerio de modo heroico, y se distingue particularmente  en escuchar las confesiones sobre todo de varones, sacerdotes y seminaristas a los que acoge en su celda. Un día le confía a un seminarista que, como él, estaba de pie gracias a las muletas: «Yo sin embargo, no puedo esperar nada mejor. Me ofrecí víctima a Dios por la santificación de los sacerdotes. Dios ha aceptado mi ofrecimiento y ha dispuesto que sea la encefalitis letárgica el instrumento mejor para cumplir mi ideal».

Muy devoto de la Virgen, parte en peregrinación a Loreto en 1941 y 1946; y en 1948, sin embargo, va en tren a Lourdes. Será su último viaje. Ha pedido una gracia especial. No se trata de su sanación, sino poder ir al cielo bajo la mirada de María: llega alrededor de las 16 hs. el 21 de julio de 1948, después de 35 horas de viaje. En medio de la fiebre repetía: «a la gruta, rápido, llévenme a la gruta»; el médico dispone llevarlo al albergue donde se recibe a los peregrinos enfermos. Con el pasar del tiempo, la respiración del padre Giacomo se vuelve jadeante y sin fuerzas. Pierde la consciencia, pero más tarde, al momento que se cantan las vísperas, abre los ojos y, con  voz débil, canta el Magnificat, para entregar su alma a Dios, como quería, bajo la mirada de María, aún sin estar en la gruta. Es sepultado en Lourdes, su tumba es un lugar de gracia para innumerables peregrinos del mundo entero. El 16 de junio de 2017, el papa Francisco autorizó la promulgación del decreto con el cual el padre Giacomo era declarado venerable.

 

5. De todos modos, se deberá esperar hasta el 2017 para ver una fraternidad de capuchinos en Lourdes. El sueño de Marie-Antoine se vuelve realidad, la presencia de Giacomo, una bendición. Los santos frailes nos preceden y abren el camino. El apóstol y el peregrino están ahora velando por la naciente fraternidad de los capuchinos de la ciudad mariana.

La fraternidad de Lourdes nace en el contexto del Proyecto de las fraternidades para Europa, muy oportunamente rebautizado «San Lorenzo de Brindis». Somos actualmente 5 frailes, 3 provenientes de las provincias de Cerdeña y Córcega, un fraile en año sabático de la provincia de Messina, y un pos novicio de la provincia de Francia.

¿Cómo se llegó a Lourdes? Inicialmente las provincias de Cerdeña y Córcega y la de Génova (la fraternidad inicial tuvo un hermano de Génova que ha fallecido, Fray Andrea Caruso) propusieron al provincial de Francia la apertura de una fraternidad en territorio francés. Habían reflexionado por bastante tiempo acerca del modo de colaborar con la provincia de Francia. No había posiciones o planes determinados. El único deseo era colaborar en el contexto del proyecto «fraternidades para Europa».

Lourdes se impuso por sí sola. Digamos simplemente que diversos factores fueron determinantes: Lourdes es un lugar visible, y ofrece todas las posibilidades para poner en práctica cuanto se expresa en la carta del Proyecto; una fortaleza de la vida de la Iglesia francesa, donde muchos, católicos y no católicos, se convocan de forma tácita; un lugar donde el enfermo y el débil están en el centro; un lugar franciscano a más de un título: es aquí que María dijo su nombre, Yo soy la Inmaculada Concepción, un nombre tan querido por el corazón de los hijos de san Francisco; la presencia de dos venerables: Marie-Antoine de Lavaur, el gran apóstol de Lourdes, y Giacomo de Balduina, ambos próximos a la beatificación (¡se espera!); pero lo que más nos mueve es que el deseo del obispo de Lourdes coincidió con el nuestro. Él soñaba con tener un signo comunitario de vida fraterna bien visible («¡con su hábito!») en el santuario.


Como frailes estamos sobre todo comprometidos en todos los niveles de la pastoral del santuario en la acogida de los peregrinos, al servicio de una estructura para personas con dificultades psíquicas, pero también para cualquier servicio en la diócesis. La fraternidad está, de hecho, incorporada a la vida de la provincia de Francia: la presencia de fr. Marie-Nicolas y antes de él de fr. Samuel, frailes en formación, ha ayudado mucho en crear un vínculo fuerte con el resto de la provincia. En nuestra casa de Lourdes, propiedad del santuario, no nos es posible recibir a todos  los hermanos de la Orden que piden alojamiento. Pero a la luz de todo lo expresado no sería inútil reflexionar sobre el potenciamiento de nuestra presencia. Lourdes le da una visibilidad mundial a nuestra Orden.

Podemos decir que estos 4 años vividos en Lourdes, son un tiempo de gracia y bendición. Paz y bien.


Contribución del hno Jean-Marcel Rossini, ofmcap, actual guardián.

Traduccion: hno Carlos Marcelo Caballero Negri, ofmcap

giovedì 22 aprile 2021

El anuncio del Evangelio

 Nos consideramos todos misioneros

 


CONSTITUCIONES 

DE LOS HERMANOS MENORE CAPUCHINOS

 

CAPÍTULO XII

 

EL ANUNCIO DEL EVANGELIO Y LA VIDA DE FE

  

Nº. 176

  

COMENTARIO DE FRAY ANTONIO BELPIEDE *

 

[Traducción del italiano por fray Jaime Rey Escapa, OFM Cap]

  

"El Rey es Rey para todos, menos para su sirviente", así reza un viejo proverbio, que también puede utilizarse - mutatis mutandis - para otros regímenes distintos de la monarquía. Los adornos estéticos y la hipocresía ética, los trucos de propaganda, las pelucas con rulos del rey Luís de Francia o las docenas de medallas prendidas en el pecho hinchado de Leonid Brezhnev se desvanecen ante los ojos del sirviente personal. El rey se revela en su humanidad cotidiana, a veces enferma, débil, viciosa. Los rizos de la peluca dan paso a la realidad de la alopecia causada por el estrés del gobierno o por una calvicie despiadada. El Rey se muestra desnudo a los ojos de su lacayo, esperando que se mantenga siempre fiel a su persona y a la Corona.

 

Así, como un sirviente fiel a su Rey, el Procurador general ve a la Orden sin peluca, sin medallas en el pecho, sin maquillaje, sin las aureolas de nuestros santos, en su fatiga, en su deseo de servir que a veces choca con la cobardía y la bajeza, con el desencanto que viene de los cuatro puntos cardinales, según una rotación que sólo el Señor de la historia puede entender.

 

Cuando se habla de la Orden a los novicios o a los frailes jóvenes se la presenta como un jardín de árboles hermosos y fructíferos. Se representan los olivos, con su follaje de doble cara -plata y verde-, según el lado de la hoja que el viento mueve, las vides opulentas con racimos rojos y turgentes que prometen copas de delicioso vino, los dulces higos que se agrietan en la parte inferior, mostrando vetas blancas y rojas, porque ya están maduros y esperan nutrirnos de dulzura. La vida, con el tiempo, nos hace conocer, incluso a la zarza -presuntuosa en su fealdad estéril-, que como en la parábola de Jotam, exhorta a las otras plantas a elegirlo rey (Jc 9, 7-15).

 

Negar la verdad no es caridad; sí lo es la prudencia de cubrir la desnudez del hermano, como aquella del Rey. Pero para nosotros, que estamos llamados a vivir el Evangelio, la mayor caridad ante la realidad de la debilidad y del pecado consiste en recordar y testimoniar la omnipotencia de Dios que es capaz de transformar la desagradable zarza, afilada y peligrosa, en una eterna y crepitante llama de energía, de fe, de belleza. La zarza de nuestros límites, de nuestras posibles miserias, no debe ocultarse bajo un paño mimético, sino exponerse al soplo perenne del Espíritu para que arda como la zarza que encantó a Moisés y le condujo a la Misión.

 

En el origen de la misión de la Orden, por tanto, no hay una representación edulcorada de la santidad en polvos de talco, sino una fe fuerte en Aquel que es capaz de transformarnos en zarza ardiente de evangelización perenne, de la misma manera que, corriendo con alegría regresaron a Jerusalén Cleofás y su compañero, a quienes "había abrasado su corazón en el pecho, explicándoles las Escrituras sobre su pasión" (cf. Lc 24, 13-35).

 

Simón Pedro, que junto a los otros once discípulos se llena de entusiasmo y pronuncia su primer discurso el día de Pentecostés, es un hombre herido y curado. No es un "novicio impecable", sino uno que negó por tres veces conocer al Maestro. ¿Por qué debemos falsear nuestros modelos formativos y la imagen de la Orden con aparentes discursos retóricos de santidad? Cuando la liturgia, en el canon romano, dice: "Y a nosotros, pecadores, siervos tuyos...", dice la verdad. La fuerza del Evangelio se libera en la misión porque en su origen hay un mandato muy parecido al que recibió Pedro en el lago de Tiberíades: "Pastorea a mis ovejas". El que negó tres veces, aquí tres veces, también, afirma su seguimiento. Todo verdadero misionero del Evangelio está herido y curado. Como dice el gran experto en humanidad, Carl Gustav Jung: "Sólo el médico herido puede curar".

 

176,1 "En nuestra fraternidad apostólica, todos estamos llamados a llevar el gozoso mensaje de la salvación a los que no creen en Cristo, en cualquier continente o región donde se encuentren; por eso, nos consideramos todos misioneros".

 

"Llamados" es hermoso y verdadero. Es Él quien nos ha llamado, a cada uno a una vocación única y hermosa. Sin embargo, Francisco, precisamente porque está llamado a ser el servidor de todos, se declara "obligado" a administrar las fragantes palabras del Señor. "Estoy obligado - teneor". Las palabras del fundador suenan más jurídicas que las del texto constitucional. A una distancia de casi ocho siglos han encontrado una correspondencia impensable en el canon 747 § 1, con el que se abre el libro III del Código de Derecho Canónico, El magisterio de la Iglesia:

 

"La Iglesia, a la que Cristo el Señor confió el depósito de la fe... tiene el deber y el derecho nativo... independiente de cualquier poder humano, de predicar el Evangelio a todas las naciones".

 

En la propia estructura de la relación jurídica hay alteridad o intersubjetividad. Una obligación jurídica sólo puede existir entre dos (o más) sujetos. Contra el derecho de uno está el deber de otro y viceversa. El derecho de la Iglesia a anunciar el Evangelio a todos los pueblos no proviene de un acuerdo con un Estado soberano, o con otro "poder humano", sino de la investidura de Cristo el Señor y de la asistencia del Espíritu Santo. En nombre de esta unción divina, la Iglesia reclama con humilde firmeza ante toda autoridad terrenal su derecho originario a proclamar el Evangelio. De esta pretensión de derecho divino deriva la martyria, el testimonio de la Iglesia que a veces llega hasta el derramamiento de la sangre.

 

La Iglesia, desde sus inicios, no solo tiene el "deber" sino también el "derecho" de predicar el Evangelio. ¿Quien puede pretender que la Iglesia ejerza este deber?, ¿Quién, en definitiva, es el titular del derecho a "recibir el anuncio del Evangelio"? "Todas las naciones - Omnibus gentibus", como concluye el § 1 del canon. Libre frente a las dictaduras y los sistemas autoritarios, como lo fue al principio, durante las persecuciones del Imperio Romano, la Iglesia está llamada a hacerse servidora de la Palabra ante los que no conocen a Cristo, y también ante los que lo han conocido y lo han olvidado. Bendito sea nuestro hermano Francisco, poeta inspirado para decir palabras jurídicas de obligación, para fundir en su corazón iluminado poesía y contrato, para transformar una obligación eclesial en un canto universal. La poesía del Evangelio también lo exige: el deber del siervo, una Iglesia que es sierva para prestar la humilde diaconía de la Palabra a todos los pueblos; una Orden que es sierva de la Palabra en la Iglesia, tras las huellas de su fundador.

 

176.2. Además del compromiso misionero ordinario desarrollado en comunidades cristianas capaces de irradiar el testimonio evangélico en la sociedad, reconocemos la condición particular de aquellos hermanos, comúnmente llamados misioneros que, dejando la propia tierra de origen, son enviados a realizar su ministerio en contextos socioculturales diferentes, en los que el Evangelio no es conocido o donde se puede prestar servicio a las Iglesias jóvenes.

 

Durante siglos la Iglesia ha tenido la percepción teológica - canónica - psicológica de una evidente diferencia entre las Iglesias particulares de antigua tradición – sobre todo las de Europa- y los territorios de misión. El texto se hace eco de esta bipartición. La propia estructura de los Dicasterios de la Santa Sede muestra la solidez de esta distinción también a nivel jurídico y de gobierno. Las diócesis más antiguas, en Europa, en América, en Australia, dependen de la autoridad de la Congregación de Obispos. Los más jóvenes dependen, en cambio, de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, también conocida como Propaganda Fide, que no por casualidad se encuentra en la Plaza de Propaganda, tocando a la hermosa Plaza de España de Roma[1]. Si las diócesis jóvenes se confían a la Congregación que tiene mayor competencia en lo que se refiere a los territorios de primer anuncio, con mayor razón lo serán las otras estructuras jerárquicas que aún no han alcanzado la madurez de ser erigidas como diócesis: los Vicariatos y las Prefecturas Apostólicas sobre todo (cf. Can. 368).

 

Múltiples signos indican, sin embargo, el debilitamiento, la desaparición, incluso la negación pública de la fe cristiana en territorios de antigua tradición eclesial: Europa, el continente americano, y otras naciones de cultura occidental. Signos que van desde la omisión que pretende negar las "raíces judeocristianas" en el proemio de la Constitución Europea -luego "abortada"-, hasta la progresiva disminución de los matrimonios sacramentales, pasando por la creciente práctica llamada, con una expresión burda, "apóstata", es decir, la manifestación expresa de la voluntad de ser borrado del registro del libro de bautismos, en el que generalmente se inscribía después de haber recibido el sacramento a petición de los padres.

 

Las "comunidades cristianas capaces de irradiar el testimonio del Evangelio en la sociedad" se convierten así, cada vez con más frecuencia, en comunidades que sobreviven a duras penas en medio de los desiertos de la fe, sedientas de un agua viva que poseían y que "han perdido en parte o totalmente" (176,3).

 

176.3. Del mismo modo, reconocemos el compromiso misionero particular de los hermanos enviados a los lugares en los que es necesaria una nueva evangelización, porque la vida de grupos enteros ya no está informada por el Evangelio y muchos bautizados han perdido, en parte o totalmente, el sentido de la fe.

 

Hace unos años hubiera sido difícil de entender que los frailes enviados a trabajar en la Nueva Evangelización fuesen llamados misioneros. Nuestras Constituciones han adquirido y asumido con una expresión decisiva el hecho de que los misioneros son necesarios para las antiguas iglesias del Occidente ya cristiano. Tengo ante mis ojos un hermoso cuadro que vi, hace años, en nuestro convento de Asís: un fraile con hábito de color crema y con un casco colonial en la cabeza se aventura en una piragua por un río de la región de la Amazonia. En el imaginario católico, el de los niños y sus madres, el de los benefactores y de los partidarios de las misiones, se imaginaban así a los frailes; alternando con el otro panorama generalizado, el de la sabana africana, o aquel otro de la selva asiática siempre verde y húmeda. Estos iconos conservan su valor. La Missio ad gentes debe continuarse con ardor, como se reitera en el n. 176,2. Sin embargo, hoy, podemos imaginar otros iconos de la misión: frailes hablando con los jóvenes en una sentada improvisada en los Jardines de Luxemburgo en París, o en Hyde Park en Londres; miembros laicos de la OFS o monjas tocando la guitarra frente a la Puerta de Brandenburgo en Berlín o rezando antes de comer una pizza en el Puente Milvio en Roma. Y de los sueños y la imaginación se puede pasar a los proyectos concretos.

 

Fue el gran Juan Pablo II, un joven Papa de cincuenta y nueve años, quien pronunció por primera vez la palabra Nueva Evangelización. Lo hizo en su propio idioma, el polaco, en su propia tierra y en su propia ciudad, Cracovia, el 11 de junio de 1979. Lo hizo en el barrio obrero de Nova Huta, donde el régimen pro-soviético quería construir un barrio obrero ateo, sin iglesias. Pero el cardenal Wojtila, párroco de esa ciudad católica, había luchado con su pueblo contra la burocracia roja. Había luchado y ganado. Allí, donde el ateísmo estatal quería establecerse, una cruz muy alta recuerda el coraje de Juan Pablo II y su inspirada profecía como nuevo Papa: es necesaria una Nueva Evangelización. La palabra creció lentamente, fue proclamada con fuerza en la asamblea de los obispos latinoamericanos en Puebla en 1983. Tras la muerte de Juan Pablo II, el Papa Benedicto erigió un nuevo dicasterio para la promoción de la Nueva Evangelización. Francisco nos ha devuelto el deseo de la alegría que nace del encuentro con Cristo en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, La alegría del Evangelio.

 

Mi madre María comía poco. Nos sentábamos siete en la mesa. Se alegraba de ver que sus hijos lo devorábamos todo y nos explicaba: "Tengo la nariz tan llena de los olores de la cocina que pierdo un poco el apetito". Quizás sucede lo mismo con esta preciosa palabra: hemos hablado y escrito tanto sobre la Nueva Evangelización, pero quizás, no hemos abierto el apetito al Evangelio; al hambre de una Misión renovada. Seguimos haciendo lentamente las mismas cosas. En el inicio de este milenio, la Iglesia se mueve en el mundo cristiano con maniobras para reordenar las fronteras y mover los archivos. Nuestra Orden está en la Iglesia. Durante varias décadas, las provincias de Europa se han ido unificando progresivamente, coincidiendo a menudo con una nación entera: así Francia, Alemania, España. Ahora Irlanda y el Reino Unido se están unificando. El movimiento aparecerá pronto en Estados Unidos y en la Sudamérica de habla hispana. Tal vez, sea la única manera de avanzar, tal vez no. Tal vez, podríamos transformar las Provincias numéricamente pequeñas en estructuras jurídicas más ágiles, como Custodias y Delegaciones, apoyadas por circunscripciones más fuertes, con un espíritu misionero renovado y adaptado. Hay que reflexionar sobre ello.

 

El punto fundamental es otro. Tenemos que hacer una conversión del corazón y de la mente, y volver a las calles, y volver a los hogares. A menudo estamos atrapados en una presencia fraterna de tipo conventual, débil e intimista, en una acción apostólica que repite viejos esquemas, que espera a la gente en el templo, que no escucha el grito silencioso de los que están a nuestro lado, en cada ciudad de Europa y del Occidente que fue cristiano, y que ahora necesitan volver a escuchar, por el alguien que crea, el Nombre de Jesús: Dios Salvador.

 

176.4. Por lo tanto, esforcémonos en escuchar y no hacer ineficaz el mandato misionero del Señor, sabiendo que toda persona tiene derecho a escuchar la buena noticia de Dios para realizar plenamente su propia vocación.

 

El mandamiento misionero ha cambiado y se ha diversificado. El primer anuncio debe continuar. Pero al mismo tiempo la Nueva Evangelización debe ir más allá de los inicios y convertirse en la actitud constante de las iglesias de antigua tradición. Fuera del templo hay una comunidad esperando. Hay una comunidad envuelta en innumerables palabras, y aturdida por mil dispositivos electrónicos, pero sedienta de una palabra fresca como el agua de manantial y cálida como la de aquel Rabino judío que habló a la mujer de Samaria: "Si conocieras el don de Dios..." (Jn 4, 10).

 

Al final del número 176 encontramos las palabras jurídicas de Francisco. Si toda persona "tiene derecho a escuchar el Evangelio", nosotros, los hermanos de Francisco tenemos el deber de anunciarlo, tal y como nos pide la Iglesia, con un corazón cálido como Cleofás y su compañero después del encuentro con Jesús.

 

La Procuración General de la Orden no se presenta como un rey con peluca, sostenido por aplausos y medallas. Cuanto más consigamos ser hombres de verdad, en la pobreza de nuestro pecado y en la riqueza desbordante de la investidura del Espíritu Santo, más arderemos a lo largo de nuestra vida como la zarza que fascinó a Moisés: y le envió en misión. Amén.

 

© copyright Antonio Belpiede 2020 – Uso libre para la Orden de los Hermanos Minores Capuchinos



[1] Para ser precisos, conviene recordar que el Dicasterio del mismo nombre es responsable de las Iglesias orientales. (cf. Juan PABLO II, Const. Ap. Pastor Bonus, 1982, art. 56).

venerdì 9 aprile 2021

Fraternidades Internacionales en la Amazonia

 

La Amazonia te espera...



Paz y bien.

Querido hermano, ya hace algún tiempo que nuestra Orden Capuchina tiene un lindo sueño. Tener fraternidades internacionales en la Amazonia, exactamente en la triple frontera, Colombia, Perú y Brasil, donde ya tenemos las fraternidades de Leticia y Benjamín Constant.

Despacito el proyecto está tomando forma, queremos dos fraternidades con hermanos locales y también hermanos de otras circunscripciones que quieran vivir intensamente nuestro carisma de vida fraterna, minorítica y orante, en esta realidad fuertemente misionera. 

Sería vivir la misión desde nuestros valores capuchinos. Soñamos también, poder realizar allí, con ambas fraternidades, una escuela misionera para todos los post novicios de las Américas y otros hermanos, capaz de dar una base teórica y práctica de nuestro modo de ser misionero. Necesitamos encontrar hermanos que quieran vivir esta experiencia. 

Y sabemos que Dios va a tocar el corazón de algunos para que puedan decir sí. Si tú quieres conocer mejor este proyecto, entra en contacto con nosotros. Con alegría te estaremos facilitando los materiales que ya tenemos y también iniciaremos un dialogo fraterno. 

Soy el hno Mariosvaldo Florentino, secretario general de las misiones. Y tú puedes escribirme un correo electrónico a missioni@ofmcap.org o enviarme un mensaje a nuestro Facebook: Amazonas Misioneros Capuchinos…

Un abrazo. Paz y bien.