mercoledì 19 luglio 2023

 

La MISIÓN en la

Ratio Formationis de los Capuchinos

 

           

El propósito del presente texto es ayudar en la implementación de la Ratio Formationis, mediante una lectura del documento desde los ojos de la misión; esto es: una búsqueda de todos los indicios que estén de algún modo relacionados con este aspecto fundamental de nuestro carisma. Con él, queremos ofrecer a los que van a trabajar en la adecuación de los itinerarios formativos de las circunscripciones una llamada de atención para que el aspecto misionero tenga allí el espacio y la fuerza que le corresponde. Por otro lado, quiere ofrecer a todos los hermanos una lectura de formación permanente que estimule el espíritu misionero con algunas explicitaciones de lo que la Orden comprende por la misión capuchina.        

 

 

Una Orden misionera

 

La Ratio nos dice: la dimensión misionera está en el corazón de nuestro proyecto: ser capuchino es estar dispuesto a ir donde ninguno quiere ir… (RF 41). Entendamos esto.

Desde los orígenes, cuando eran nada más que ocho hermanos, Francisco de Asís ya entendió que de dos en dos deberían partir en misión en las cuatro direcciones. Los primeros hermanos deseaban, con el ejemplo y la palabra, allí donde pasaban sacudir los corazones paralizados o torpes a través de un renovado encuentro con Cristo pobre y crucificado. Con sencillez invitaban a todos a la conversión (penitencia). Luego Francisco quiso que los hermanos cruzasen los Alpes y más tarde que fueran entre los sarracenos. De hecho, Francisco recupera el modelo apostólico (itinerancia, predicación y fraternidad) (RF 36).  

            También los capuchinos, desde el inicio, encontraron en una vida muy contemplativa la fuerza y la razón para el servicio de los más vulnerables, pobres y apestados[1], y cuando la Iglesia los necesitó en las misiones, sin miedo, se lanzaron donde otros no querían ir. Constatamos que desde el inicio de nuestra reforma existía un deseo de misión, y esto era cultivado entre los hermanos. Ya las Constituciones de Santa Eufemia (1536), en su número 143 insisten: Los ministros no tengan en consideración el pequeño número de los hermanos, ni se duelan por la partida en misión de los buenos. De hecho, fuimos grandes colaboradores de Propaganda Fidei y su primer mártir es justamente nuestro querido San Fidel de Sigmaringa. Estuvimos presentes en la implantación de la Iglesia en muchas regiones difíciles del planeta.

            Nuestras actuales Constituciones definen que somos una Orden misionera y todos los hermanos deben en algún modo vivir este carisma: en nuestra Fraternidad apostólica, todos estamos llamados a llevar el gozoso mensaje de la salvación a quienes no creen en Cristo en cualquier continente o región donde se encuentren; por eso nos consideramos todos misioneros (Const. 176,1). Es esto lo que hace tan necesario que en todo el proceso de iniciación a nuestra vida, nuestros candidatos sean ayudados a abrazar con pasión este ideal, pues la misión ocupa un puesto central en la historia de la Orden. Todas las etapas de formación han de tenerla en su horizonte (RF 122). Nuestra formación debe formarnos para la misión.

La Ratio también nos recuerda un lema que motivó a tantas generaciones de hermanos y dio tan buenos frutos: ser capuchino, misionero y santo (RF 101). Aunque los tiempos hayan cambiado, esta propuesta continúa más que nunca válida y necesita ser asumida por todos los que quieran abrazar esta vida.

 

 

Nuestra misión debe ser capuchina

 

            Encarnar y fortalecer los valores de nuestra identidad carismática: este es el título de la carta de promulgación de la Ratio Formationis, y ciertamente resume muy bien el espíritu que anima todo el documento. Indudablemente, el ideal último es el seguimiento de Cristo a partir de su evangelio, algo a lo que todos los cristianos estamos llamados. Nuestro seguimiento de Cristo se hace específico cuando lo vivimos al modo de Francisco de Asís, y se torna aún más particular cuando lo asumimos al estilo capuchino. Comprender esta especificidad, como nuestra riqueza carismática, es lo que puede ayudarnos a ser más auténticos y con una contribución preciosa y única a la Iglesia. Ciertamente no significa que seamos mejores o peores que los demás, sino que tenemos algo que nos es propio. Y sobre esto debemos insistir, si queremos continuar siendo significativos.   

            Si esto es válido para todos los aspectos del seguimiento (relaciones, pobreza, oración, compasión…) como nos deja muy claro la Ratio, también lo es para la misión. Debemos anunciar el evangelio con la fuerza de nuestro carisma (RF Proemio). Nuestra misión debe estar marcada por nuestro ser capuchino, es decir: si vivimos nuestra misión de un modo indiferenciado (igual que un sacerdote diocesano, o un laico consagrado, o algún miembro de cualquier otra congregación) algo no está funcionando, aunque sea mucho lo que estemos haciendo. Dios y la Iglesia esperan que nuestra evangelización sea marcada y enriquecida con el carisma que el Señor nos confió y del que la Iglesia se hizo custodia (cf. RF 59). Es, por lo tanto, fundamental descubrir en nuestra misión carismática una vía para colaborar en la construcción de un mundo más evangélico y fraterno (RF 264).

            Proponemos aquí los cuatro elementos básicos de nuestro carisma: fraternidad, minoridad, contemplación y servicio a los pobres, buscando siempre reflejar en ellos la misión. Como sabemos, los cuatro se implican mutuamente, se clarifican y se sostienen. El carisma es la amalgama de los cuatro, de modo que si falta uno de ellos ––o si uno es vivido en un modo insuficiente–– es el ser capuchino el que se deteriora, se destiñe y deja de ser atrayente.               

           

            La fraternidad

La Ratio insiste con fuerza en la primacía de la fraternidad en nuestra vida carismática y esto tiene una incidencia profunda sobre nuestro modo de evangelizar. Tengamos presente algunas de sus importantes afirmaciones: Vivir como hermanos es el espejo de los valores del Reino, su anuncio más hermoso, la forma más auténtica de compartir el deseo de Dios (RF 20); El testimonio de nuestra vida fraterna es sin duda el modo más creíble de anunciarlo (RF 41); La vida fraterna es el primer servicio evangelizador (RF 72); Vivir como hermanos menores los unos para los otros es el elemento primordial para la vocación franciscana, que a su vez se convierte en el primer elemento de la evangelización (RF 115); Vivir como verdaderos hermanos en medio del mundo es el modo más fiel y más hermoso de anunciar a Jesús y su Evangelio (RF 120). Por lo tanto, el ser fraternos, además de ser nuestro primer modo de evangelizar, es también la condición para hacerlo, esto es, los hermanos son siempre enviados por la fraternidad. En lo posible, realizamos nuestro apostolado con otros hermanos pues las experiencias pastorales, acompañadas y realizadas con otros hermanos, han ser expresión de toda la fraternidad, evitando el individualismo (RF An 1,28). Pero cuando esto no es posible, el hermano no puede perder el nexo con la fraternidad. La misión no es suya, sino de la fraternidad, que puede confiarle a él la ejecución concreta, pero siempre en su nombre.

Esto significa que cuando un candidato nos busca, quizás con tantos sueños evangelizadores y tantos proyectos de misión, desde la pastoral vocacional debe quedar claro que nuestro modo propio de hacerlo es en fraternidad. Nuestra Orden no quiere ser una escuela de misioneros individuales, aunque que estos tengan muchos valores y dones y puedan hacer tanto bien a la iglesia y al mundo. No nos sirven vocaciones que sean excelentes para la pastoral pero que no quieran entender y asumir el valor de la fraternidad. No nos olvidemos de que para nosotros la fraternidad es el lugar primero de nuestra entrega” (RF 62). Ella es primaria en nuestra vida y esto debe estar claro desde el inicio. Sin duda, el ser fraterno se aprende, se purifica y perfecciona a lo largo del proceso, pero es importante que el candidato demuestre capacidad e interés por él[2]. Por lo tanto, la capacidad relacional, la apertura mental, la tolerancia y la flexibilidad son elementos imprescindibles de la personalidad de aquel que elige la vida fraterna (RF 104).

Para ser auténticos misioneros capuchinos necesitamos en primer lugar aprender de Jesucristo a ser fraternos, pues a Francisco le fue revelado que para vivir como Jesús son imprescindibles los hermanos (RF 35). Es necesario estar decidido a acoger, amar y servir a los hermanos que Dios me regala como compañeros de camino. Se trata de vivir junto a ellos ––por más diferentes que seamos en edad, pensamiento, cultura o dones–– la experiencia de la vida concreta de cada día, con la sensibilidad de percibir sus necesidades y la decisión de servirlos como una madre (RgB 6,8), con un dialogo sincero y profundo que nos expone en nuestras diferencias, pero que, condimentado por el perdón, nos capacita para la comprensión mútua y profunda. De este modo nos cualificaremos para ser misioneros capuchinos, pues lo que la Orden espera de cada hermano es que sepa evangelizar con la vida y la palabra desde el testimonio de las relaciones fraternas (RF 191).                                                                                                     

 

La minoridad

El otro gran exponente de nuestro modo de ser es la minoridad. Francisco quiso que fuéramos una orden de hermanos menores. La minoridad, por lo tanto, cualifica la fraternidad y purifica las relaciones, pues configura nuestros modos de desear, desenmascarando la tentación de ser y hacer cosas grandes (RF 67). Cuando entendemos este valor y lo asumimos, renunciando voluntariamente a toda y cualquier pretensión de estar por encima de los demás hermanos o a tener condiciones especiales por el motivo que sea, sino que buscamos estar abajo, sirviendo con alegría, como pide el evangelio, entonces todo se hace más sencillo y fácil en la fraternidad, pues la minoridad trasforma en dulzura lo que a los ojos del mundo es amargura. De hecho, para nosotros franciscanos existe una incompatibilidad entre fraternidad y poder. Quien quiere ser hermano menor debe servir y renunciar a todo tipo de dominio sobre el otro (RF 24).

Igualmente nuestra misión debe estar marcada por la minoridad. Nuestras actividades pastorales deben estar en sintonía con nuestra vocación de menores formándonos para estar dispuestos a ir donde nadie quiere ir (RF An 1,28). El hermano menor debe ser menor también en la relación con el pueblo a quien va a servir en el apostolado, no escudándose en títulos o encargos, y tampoco diferenciando entre pecador y santo, enfermo y sano, pobre y rico, ignorante e intelectual, ateo y creyente..., aunque prefiera a aquellos que son más vulnerables[3]. La minoridad, cuando es asumida en la pastoral, permite al hermano vivir de verdad el ideal del servicio, pues hay muchos que tienen el título de servidores, pero exigen ser servidos en todo. De hecho, un hermano menor se distingue por su cercanía y solidaridad con los pobres; por su aprecio y respeto a las diversas culturas, lenguas y religiones; por su compromiso con la justicia social, la construcción de la paz y el cuidado ecológico del planeta (RF 124).

La Ratio nos recuerda que en los capuchinos esta minoridad se hizo muy visible en la sobriedad con la búsqueda de lo esencial (RF 67). Esto también debe estar presente en nuestro ideal de misión. El misionero capuchino no debe proveerse de mucho dinero para poder así mantenerse bien y construir grandes estructuras, conventos imponentes u obras asistenciales colosales. La auténtica minoridad está profundamente relacionada con la pobreza, con la confianza en la providencia y con el empeño en una vida sobria. La seguridad económica, también en la pastoral y en la misión, continúa siendo la gran tentación que ya Francisco y la reforma capuchina rechazaron con firmeza. Ya hemos dicho arriba que la tentación de hacer cosas grandes nos aleja de la minoridad.

 

La contemplación

La otra gran característica carismática de nuestra Orden es la vida contemplativa. Se encuentra en el origen de nuestro deseo de ir al encuentro del otro, especialmente de los que sufren o están alejados de Cristo. De esta intimidad nace el deseo de la misión: construir juntos el Reino de los Cielos (RF 118). Pues sabemos que el silencio se trasforma en servicio…y la contemplación se hace compasión (RF 69). Por eso, nuestros formandos y todos los hermanos tienen que ser estimulados, ayudados y guiados para asumir la vida contemplativa franciscano-capuchina, esto es, para descubrir en fraternidad a Cristo pobre y desnudo, que se identifica con los pobres y los que sufren (RF 97). Esto es esencial si queremos que en nosotros nazca, se consolide y se conserve el deseo de la misión según el modo capuchino. Ya fuimos advertidos de lo siguiente: de una vida de oración mediocre no puede nacer sino un servicio mediocre, frágil, que retrocede ante el primer obstáculo que se encuentre en el camino (JohriReav 16).

Esto significa que, no solo en las casas de formación sino en todas nuestras fraternidades, los tiempos y los modos de oración y contemplación necesitan ser celosamente promovidos y conservados. Si el misionero capuchino pierde su espíritu orante contemplativo, la misión se resentirá, pues la contemplación es el “espacio irrenunciable en que nuestros ojos se cargan de misericordia” (RF 38). De ningún modo podemos permitirnos pensar que una fraternidad altamente apostólica pueda reducir o extinguir los tiempos de oración, meditación y contemplación debido a los muchos trabajos pastorales, pues esto llevará a esta fraternidad a la ruina. Sin contemplación no hay fraternidad (RF 70). 

Además, en nuestra misión somos invitados a compartir con los demás fieles esta riqueza de nuestro carisma, como piden nuestras Constituciones: por lo tanto, esforcémonos diligentemente en aprender el arte de la oración y en transmitirla a los demás (Const. 55,6). Debemos ser maestros de oración en nuestra pastoral, introducir a nuestra gente no solo en las oraciones tradicionales sino también en la contemplación. Esto ciertamente transformará a las personas, pues quien se deja tocar por el silencio se relaciona más hondamente con el mundo, se abre a la paz y vive de una forma más auténtica (RF 2). Para que esto suceda es absolutamente necesario que, en la formación, nuestros candidatos aprendan, practiquen, gusten, interioricen y asuman la contemplación como un valor cotidiano, no solo importante sino absolutamente necesario, pues al terminar la iniciación a nuestra vida deben ser maestros de oración, especialmente contemplativa.    

 

Relacionados con los pobres y los que sufren

Nuestra fraternidad capuchina no se basta a sí misma, no puede vivir en la auto referencialidad, no debe consumarse solo en sus actividades internas; por este motivo, una parte importante de nuestras fuerzas, energías, inteligencia, creatividad y recursos tiene que ser gastada en la misión. Y esto vale para todas nuestras fraternidades, pues una fraternidad menor y contemplativa se hace sensible a las necesidades y a los sufrimientos de los demás y se abre a la búsqueda de nuevos caminos de justicia, de paz y de cuidado de la creación (RF 71). Si esto no sucede, la fraternidad se asfixia. Nuestro ser fraternos, menores y contemplativos ––si lo somos con autenticidad–– nos abre al apostolado, nos permite escuchar la necesidad del mundo y de la iglesia y nos empuja a responder: ¡aquí estamos, Señor, envíanos![4]  

Sin embargo, es muy importante destacar algo que en la Ratio se subraya con fuerza: necesitamos a los leprosos, a los pobres, a los que sufren pero, en primer lugar, no para servirlos sino para aprender de ellos. Antes de ser sus servidores, necesitamos relacionarnos con ellos para que ellos nos ayuden a ser lo que queremos ser. Debemos invertir nuestra concepción: ellos no son solo los destinatarios de nuestra misericordia, al contrario, son primeramente agentes de nuestra trasformación. Gracias a los leprosos, Francisco comienza a conocerse y experimenta el sentido de la gratitud (RF 23). En medio de los leprosos, lejos de toda falsa seguridad, surge la verdadera seguridad interior (RF 24). Por eso, lo mismo que pasó con Francisco tiene que suceder en nuestro proceso formativo, necesitamos estar en contacto con los pobres durante todas las etapas de la formación. Necesitamos tomar conciencia de que los pobres son nuestros maestros (RF 111; 174; Anexo 2,19). Para esto es fundamental prever en la formación experiencias no solo de solidaridad con ellos, realizadas desde nuestras seguridades, sino tiempos fuertes y alargados de encuentro y de convivencia, que puedan darnos la posibilidad de ver el mundo con sus ojos. El pobre se convierte en nuestro verdadero formador cuando nos arriesgamos a comprender la realidad desde su punto de vista y hacemos nuestras sus prioridades. Los frutos no se dejan esperar: la mirada se centra en lo esencial; vivimos mejor con menos; la confianza y el abandono a la providencia en las manos del Padre se hacen opciones de vida reales y concretas (RF 176). Estas experiencias son fundamentales en la formación inicial, pero también harían un bien enorme en la formación permanente. Ciertamente será muy importante saber trabajar la realidad familiar de muchos formandos, justamente para que no pierdan ni nieguen sus raíces, que deben ser una contribución a la fraternidad.

Solo después de haber recibido y asimilado el aporte que los pobres nos dan es cuando nos capacitamos para tener una auténtica, respetuosa y activa compasión hacia los que sufren. De hecho, nuestra formación, a través de un proceso de acompañamiento personalizado, ofrece instrumentos necesarios para hacernos hombres libres, maduros afectivamente y compasivos (RF 76). Es así como lograremos que todas nuestras misiones estén marcadas por una grande sensibilidad hacia los que sufren. No podemos estar en el mundo, buscando solo una vida cómoda, rodeados únicamente de personas bien situadas, exigiendo tener satisfechas todas las mínimas necesidades, y a veces hasta más de lo que verdaderamente se necesita. El mismo Francisco, enamorado de las palabras de Jesús, alerta a sus hermanos contra la tentación de revestir la vida desnuda y sencilla del Maestro, y nos invita a vivir evangélicamente y sine glosa (RF 19). Si somos verdaderos capuchinos, no podemos ser indiferentes a los hermanos que sufren en nuestro apostolado; ellos serán siempre destinatarios privilegiados de nuestra acción pastoral. La conversión consiste precisamente en cambiar nuestro modo de mirar, pasando de la indiferencia a la compasión (RF 31).      

 

 

Otras características del misionero capuchino

 

Ciertamente bastaría decir que el misionero capuchino debe ser fraterno, menor, contemplativo y apostólico. Si bien esto es verdad, queremos referir algunas otras características que encontramos en la Ratio y que, aunque puedan estar implícitamente relacionadas con las cuatro de más arriba, es importante tenerlas en consideración.   

 

* ItineranteEl modelo de vida itinerante nos centra en lo fundamental (RF 8). El misionero capuchino vive intensamente allí donde la obediencia le puso, buscando ser en ese sitio concreto un don total, y estando siempre listo a partir. No se apropia de nada, ni siquiera de su misión. La centralidad de Cristo en nuestras vidas nos ayuda a entender la misión desde su dimensión itinerante (RF 113). No es propio de nosotros no querer desprendernos de algunas actividades, o sufrir porque alguna de nuestras presencias debe ser entregada.

 

* Capaz de encuentroPrecisamente, el Evangelio –el libro que narra los encuentros de Jesús, la mayor parte con pobres, enfermo y excluidos– nos propone, como centro de la vida, la capacidad del encuentro (RF 18). El misionero capuchino no puede ser un hombre encerrado en sí mismo, o que huya de las personas, y mucho menos que se esconda de los necesitados. Al contrario, favorece el encuentro: no solo se deja encontrar, sino que sale a buscar al que está perdido.  

 

* Expertos en comuniónLa fuerza carismática de nuestra vocación capuchina, comprometida con la misión de la Iglesia, nos hace expertos en comunión gracias al testimonio de las relaciones (RF 121). Como somos formados para saber acoger el diferente, para escuchar, dialogar con humildad, descubrir el bien en el otro, respetar la singularidad…, esto nos hace expertos en generar comunión. Todo capuchino debe ser hábil en mediar conflictos, capaz de dialogar y trabajar junto con otras iglesias u otras religiones, involucrar en iniciativas de bien común a los no creyentes, o los ateos, a científicos, a políticos, a líderes sociales…, sin miedo de sacar lo mejor de cada uno. Es propio de nuestra misión la creación de espacios de escucha y de diálogo entre fe y razón, entre creyentes y no creyentes, entre las distintas confesiones cristianas y las distintas religiones (RF 125).

 

* Fiel y creativo Fidelidad y creatividad son las claves para seguir más de cerca y amar más intensamente a Jesús (RF 57). En un mundo que cambia, en el encuentro con culturas diversas, delante de situaciones completamente nuevas, es fundamental que el misionero no sea un mero repetidor del pasado, sino que ––teniendo claro los valores–– busque creativamente formas nuevas y adecuadas de proponerlos y encarnarlos en la vida. La reforma capuchina supo contemplar a Francisco y recrear en los nuevos contextos culturales sus genuinas intuiciones (RF 57), tarea que debemos continuar realizando hoy. Estamos llamados a una fidelidad creativa: a encontrar, en las diversas culturas, cómo testimoniar el Evangelio (RF 135).

 

* PropositivoEl Evangelio no se impone, se propone y toma como punto de partida el reconocimiento de la verdad que habita en el otro (RF 41). Nuestro carisma nos lleva a una evangelización respetuosa. Aunque el misionero esté muy convencido de sus valores, en primer lugar los presenta con su vida, después busca reconocer el bien que ya existe en donde está[5] y, desde allí, con sencillez y humildad propone a Jesucristo.

  

* GratuitoLa gratuidad está en el corazón de lo franciscano (RF 62). El misionero capuchino es un hombre que entendió que debe dar gratuitamente lo que ya recibió y continúa recibiendo de manera gratuita[6]. No puede elucubrar segundas intenciones en lo que hace. Ni mucho menos vivir pendiente de la retribución por su labor pastoral. Nuestra reforma capuchina ha insistido mucho sobre esto. Ciertamente es importante encontrar formas de auto sostenimiento, pero sin olvidarse nunca de la Providencia y sin perder la gratuidad.

 

            * Capaz de trabajar en equipoSomos enviados por la fraternidad, y nuestra misión tiene sentido solo si nos mantenemos en comunión fraterna y con la Iglesia. La pastoral en fraternidad es el mejor antídoto contra el activismo y el individualismo, y nos protege del narcisismo apostólico (RF 121). Es muy importante que el misionero sepa trabajar en equipo y haya superado la tentación de creerse el único salvador. Entrenado por la vida fraterna, debe también vivir esta dimensión con los líderes de las comunidades a las que le toca servir, favoreciendo la ministerialidad de los laicos, y trabajando siempre con consejos (pastorales y económicos) y comisiones. También en la misión se tiene que superar la idea del fraile que hace todo solo.

 

            * Despreocupado por el “éxito” pastoralLa fraternidad y la misión son nuestra razón de ser, y no es la eficacia pastoral sino la calidad de nuestras relaciones lo que nos define carismáticamente y nos hace testigos auténticos del Evangelio (RF 115). Por eso, los planes pastorales o las estructuras no están por encima de las personas. Es necesario estar atento a la tentación de hacernos con las últimas tecnologías, con la excusa de “servir mejor”, cuando lo cierto es que tal afán por poseer lo último que sale al mercado nos aleja del carisma. El auténtico misionero capuchino busca en su misión pastoral servir con humildad a los hermanos sin estar interesado en el “éxito”, esto es, sin preocuparse por ser famoso o reconocido. Herederos de San Francisco, sabemos que la verdadera alegría no reside en el éxito (RF 51), sino en identificarse con Cristo, especialmente con Cristo pobre y crucificado. No sirve de nada ser muy eficaces y hacer cosas increíbles, si ante la primera crítica que recibimos, perdemos la paz.      

 

 

Cómo impregnar a los formandos de estas características

 

En la Ratio encontramos algunas indicaciones generales, que sirven para ayudar a asimilar todos los valores de nuestra vida. Aquí, desde una perspectiva más específica, los presentamos en referencia a la temática de la misión. 

 

* Iniciación – Son muchas las veces que la Ratio insiste en que nuestra formación debe ser impostada en modo iniciático y, en los números 137, 138, 139, 140 y 141, trata de explicitar brevemente lo que esto significa. En relación a la misión, esta iniciación significa concretamente posibilitar que el candidato que nos busca se transforme en un misionero capuchino. Iniciar en la misión capuchina supone mucho más que estudiar ciertos contenidos pastorales y participar en algunas actividades con la gente. Es necesario que a través de un programa completo elaborado a partir de nuestro carisma misionero, que tenga en cuenta la realidad personal de cada uno (dones y limitaciones), el formando asuma de forma progresiva y en primera persona ––teórica y experiencialmente–– todo lo que de verdad importa para ser un misionero capuchino. Y, al final de este itinerario, demuestre haber asimilado nuestros valores y desarrollado un auténtico deseo de entregarse a la misión para la que la Orden lo necesite.

       

* Siempre presente – Para que nuestra formación sea integral, la Ratio nos indica que las cinco dimensiones (carismática, humana, espiritual, intelectual y misionera-pastoral) deben estar presentes en todas las etapas de la formación[7]. Esto significa que, aunque en una etapa el acento pueda ser más fuerte en una de ellas, las otras no pueden nunca estar ausentes o ser olvidadas. Todas las etapas han de tener (la misión) en su horizonte (RF 122). También el noviciado, que muchos pensaban como un año sin pastoral, tiene que encontrar el modo apropiado de integrar esta dimensión, aunque sin dejar de insistir de un modo más marcado en otras realidades. Es por eso que la Ratio indica propuestas concretas para cada una de las etapas.

 

* Continua y coherenteUn camino de iniciación, continuo y coherente, debe ayudarnos a encarnar nuestros valores carismáticos (RF 122). Aparte de ser necesario que esté presente la dimensión misionera-pastoral en todas las etapas, es también fundamental que exista una continuidad en esta formación; el hecho de que las experiencias sean diferentes en cada etapa, no impide que, en su conjunto, todas deban responder a un plan que las aglutine de un modo coherente. No basta una programación específica para cada etapa; es importante que todo lo programado, en el conjunto del camino formativo, responda a una coherencia global y al objetivo general de la formación.   

     

* Progresiva –Otro aspecto en que la Ratio insiste mucho es que, delante del objetivo final que tenemos –un hermano que sea fraterno, menor, contemplativo y no solo disponible sino vibrante con la misión, sin medir las dificultades o imponer exigencias–, necesitamos establecer metas para cada una de las etapas, pero que estén concatenadas en un modo progresivo. Es necesario superar la idea de que la dimensión pastoral o misionera de cada etapa sea algo que se dé por descontado o que dependa de la situación del lugar donde se está o de la sensibilidad del formador correspondiente. Menos aún, que sea un modo sencillo de ocupar los fines de semana de los formandos con actividades externas. Pues de este modo, aunque siempre haya actividades pastorales en todos los años, no habrá una verdadera formación para la misión, según lo indicado arriba. La dimensión misionera-pastoral necesita ser planeada y orientada según un itinerario de crecimiento. En cada etapa, o en cada año, es necesario tener claro los objetivos a los que se quiere llegar, sabiendo que en la próxima etapa deberá darse un paso más, hasta lograr el objetivo final. Al finalizar el proceso de formación inicial los hermanos deben tener un conocimiento suficiente del mundo en su realidad local y universal, y haber adquirido las herramientas necesarias para hacer un discernimiento pastoral en los distintos ambientes socio-culturales, prestando atención a la dimensión ecuménica y al diálogo interreligioso (RF 124).

 

* Contenido y experienciaLos valores carismáticos se transmiten a través de experiencias y contenidos (RF 180). Porque es iniciática, nuestra formación debe saber entrelazar correctamente los contenidos, que han de ser sólidos y bien trabajados, con experiencias prácticas que posibiliten la real asimilación en la vida de lo aprendido en la teoría. La asimilación de los aspectos teóricos influirá en la profundidad con que se vivan las experiencias, y de la autenticidad de éstas dependerá el logro de los objetivos que nos hemos propuestos (RF 177). Esto significa que, pensando en la misión, en algún momento del proceso formativo se debe enseñar al formando, por ejemplo, a hacer un plan pastoral capuchino que recoja cuáles son las técnicas, qué se debe tener en cuenta, qué tipos de encuestas se debe hacer, cual es el modo de estructurarlo, etc; todos estos contenidos deben ser desarrollados, aprendidos y experimentados en la práctica. Lo mismo con todas las temáticas relacionadas con nuestra misión: desde lo más sencillo ––como sería las técnicas de escucha, de comunicación y predicación, la gestión de conflictos–– hasta contenidos propios de misionología, ecumenismo, diálogo interreligioso, organización económica de la pastoral,  todo siempre acompañado de experiencias fuertes donde se pueda encarnar lo estudiado. No basta pensar que esto se estudiará en institutos filosóficos o teológicos, porque aunque sea así, estos centros no tienen normalmente nuestra mirada ni comparten lo específico de nuestros objetivos. A lo largo de nuestras etapas de formación, las experiencias pastorales que serán propuestas deben ser preparadas y acompañadas por estudios serios de lo que queremos que nuestros formandos aprendan, desarrollen y asimilen con vistas a los objetivos que tenemos para esta dimensión. Muchas veces se realizan experiencias pastorales sin que se dé ninguna preparación a los formandos, enviándolos a las mismas como francotiradores solitarios.

 

* Acompañada y evaluada – Otra insistencia de la Ratio es que todo lo que se realiza en las etapas de formación sea acompañado por la fraternidad formadora y sea seriamente evaluado, para darse cuenta de lo que ya está asimilado y de aquello que aún hay que insistir. También esto, es una necesidad urgente e indispensable en la dimensión misionera-pastoral. Todas las experiencias pastorales deben ser acompañadas y evaluadas (RF 123). Nuestros formandos no pueden ser abandonados en la pastoral, sin una dirección y sin alguien con quien puedan dialogar y orientarse. De acuerdo a los objetivos que se marquen en cada etapa, es preciso dar la debida instrucción teórica (como hemos dicho arriba), pero también acompañar, mostrar, hacer juntos la experiencia, dejar tomar las iniciativas pertinentes, planear actividades, objetivos y metas, y evaluar ––entre los formandos, con la comunidad y con la fraternidad–– el desarrollo de la misión y acoger las nuevas indicaciones. Es así como se irá modelando el misionero con las características que hemos presentado en los parágrafos anteriores. Aquí se descubre si ya se tiene capacidad de diálogo, apertura, disposición para el trabajo en equipo y, también, se pueden identificar y hasta superar tendencias como el protagonismo, el activismo, el narcisismo pastoral o apostólico, la autosuficiencia, el individualismo o la competitividad que, como señala justamente la Ratio, no deben estar dentro de nuestras vidas[8].       

 

* Personalizada – Ciertamente los valores capuchinos deben ser asimilados por todos pero, como cada formando es diferente, también el tiempo y el modo de asimilación pueden ser diferentes. De hecho, el proceso de iniciación no se da de un modo masificado, sino que cada uno debe ser acompañado en su proceso de transformación. También esto sucede en relación a la misión: los proyectos formativos de las distintas circunscripciones han de favorecer la dimensión pastoral a través de itinerarios diversificados que tengan en cuenta los dones y carismas de cada hermano (RF 123). Sin perder de vista que esto no significa que, a causa de los dones personales que uno tenga, se le va a dispensar de alguno de los valores capuchinos. Por eso, las fraternidades juntamente con los formadores, han de permanecer atentos para ayudar a cada formando a descubrir los dones personales que Dios les dio para servir al pueblo, pues no son para nuestro beneficio, sino para los otros (RF 62). Esto significa que tales dones deben ser refinados y purificados en el crisol de nuestros valores y el formando tiene que estar abierto a esto, pues el don de Dios, usado sin criterios madurados en la fe, puede no ser un servicio sino una forma disfrazada de egoísmo. En la formación, especialmente con el acompañamiento personalizado, y también en la pastoral, se debe reconocer las tendencias al narcisismo pastoral, al individualismo, a la autosuficiencia, al autoritarismo, para que se puedan administrar las debidas medicinas/correcciones y ayudar a estos hermanos en su conversión pastoral.                  

 

 

Las indicaciones para cada etapa de la dimensión misionera-pastoral

 

* Formación permanente

191. Dimensión misionera-pastoral

- Evangelizar con la vida y la palabra desde el testimonio de las relaciones fraternas.

- Colaborar con la acción pastoral de la Iglesia, respondiendo a las necesidades más urgentes.

- Tomar conciencia de la importancia de acompañar espiritualmente a los hombres y mujeres de hoy.

 

* Etapa vocacional

221. Dimensión misionera-pastoral

- Si el candidato participa en alguna actividad pastoral, mantener su colaboración; en caso contrario, sugerirle alguna tarea pastoral.

- Dar a conocer, de forma general, los servicios pastorales y apostólicos que la Orden, la Provincia o la Custodia realizan.

- Iniciar en la lectura del Evangelio, privilegiando textos que presentan con mayor claridad la pedagogía pastoral de Jesús en el anuncio del Reino de Dios.

 

* Postulantado

240. Dimensión misionera-pastoral

- Consolidar, a través del acompañamiento, los criterios de fe para la vida.

- Comprometerse a una primera experiencia de trabajo apostólico y de servicio a los pobres.

- Crecer en la sensibilidad misionera y social, atento a leer los signos de los tiempos.

 

* Noviciado

264. Dimensión misionera-pastoral

- Descubrir en nuestra misión carismática una vía para colaborar en la construcción de un mundo más evangélico y fraterno.

- Tener encuentros con hermanos de la circunscripción que encarnan en su vida y en sus valores carismáticos la misión de Jesús.

- Realizar actividades de servicio entre los pobres y necesitados.

 

            * Post noviciado

284. Dimensión misionera-pastoral

- Aprender a programar y evaluar en fraternidad las tareas pastorales.

- Realizar experiencias de misión en situaciones de frontera.

- Buscar el equilibrio entre la acción, la vida espiritual, la fraternidad y el estudio.

 

Estas son indicaciones básicas y generales que necesitan ser enriquecidas con lo propio de cada circunscripción. Se percibe un crecimiento progresivo en tales indicaciones pasando desde una sencilla orientación a acercarse a algún tipo de pastoral, hasta empezar a asumir alguna actividad de modo orientado, descubrir la impronta de nuestro carisma en tal actividad y ser capaz de programar y realizar en fraternidad el apostolado. Esta progresividad debe clarificarse de una forma palpable en el proprio itinerario diseñado en cada lugar, cuando concretamente se indican los contenidos que deben ser estudiados y las experiencias que les acompañan, de acuerdo a los objetivos que serán formulados. Tenemos que ofrecer los medios necesarios para lograr lo que deseamos.

Cada formando debe crecer en la sensibilidad misionera: se trata de descubrir que hay un mundo que clama nuestra presencia y nuestra acción; entender que nuestro modo de actuar debe estar marcado por nuestro carisma franciscano-capuchino, que se enriquece con el don personal de cada hermano sin perder el vínculo de la fraternidad; mantener siempre la tensión de desear estar en las fronteras. Este crecimiento debe ser estimulado y, cuando se percibe que esto sucede ––o todavía peor: cuando está disminuyendo––, hay que intervenir, evaluar y reprogramar. No se puede cerrar los ojos cuando se capta que un formando no tiene pasión por la misión o no se deja formar en este ámbito[9].    

Por esta razón, son muy importantes las indicaciones que nos hacen conocer la pedagogía de Jesús y sus opciones, pues nos permiten consolidar estos criterios de fe y de vida, descubriendo al mismo tiempo en la historia de la misión de la Orden y de la propia circunscripción cómo fueron encarnados, siendo sensibles a los tiempos actuales, capacitándonos para desear y hacer experiencias fuertes con los leprosos de hoy. Es necesario que todo el itinerario sea bien pensado y realizado, se queremos que al final nuestro formando sea capaz de entregar el don total de sí mismo, pues esto no es natural en nosotros, sino algo sobrenatural fruto de un camino de conversión y entrega. El objetivo es acompañar al candidato para que, a partir de su realidad concreta, con los medios formativos adecuados, pueda vivir un auténtico camino de conversión haciéndose discípulo de Jesús (RF 138).

     

            Formados y enviados

             Parafraseando la indicación del Papa Francisco ––bautizados y enviados–– encontramos en una circunscripción la indicación formados y enviados, y esto es exactamente lo que queremos. Si todo capuchino es un misionero, como recordamos al inicio, al completar la formación inicial este hermano debe estar listo para la misión, para ser enviado; si esto no es así, significa que aun no es apto para los votos perpetuos. Asimilación y trasformación son el resultado final del proceso (RF 77).

        La misión se entiende de dos modos complementarios: la misión ad gentes, como tradicionalmente se decía, que sería aquella que implica salir del territorio de su circunscripción o de su nación[10]. Esta misión es muy importante para la Iglesia y para la Orden, con ella ayudamos en la implantación de la Iglesia y de la Orden, o al menos en la implantación de la Orden, y es signo de nuestra vida. Todas las circunscripciones, incluso las pequeñas o aquellas donde disminuyen las vocaciones, deben igualmente enviar algún hermano. Deberíamos pensar en algún criterio como, por ejemplo, cada 5 o 10 profesiones perpetuas, al menos un hermano podría ser enviado. Esto da vitalismo a la circunscripción. Por eso es muy importante, durante todo el camino inicial, tener siempre presente este horizonte y, en algún momento, proponer a todos los formandos alguna experiencia fuerte de misión ad gentes, para que la divina inspiración (RB XII, 1) pueda tocar al menos el corazón de algunos hermanos.

            La otra posibilidad de misión es la nueva evangelización. Nuestras Constituciones definen como misión también el trabajado evangelizador destinado a las personas que abandonaron la fe o se alejaron de la Iglesia[11]. Por eso, todas nuestras presencias deben estar atentas a desarrollar una pastoral no solo destinada a los que ya participan en la vida de fe (a los que hay que seguir sosteniendo), sino trabajar para que los nuestros sean conventos en salida. También los hermanos que no saldrán de sus territorios para la misión deben de igual modo ser misioneros. No podemos asistir pasivos al proceso de secularismo y de descristianización, debemos ser osados, fieles y creativos, para hacer lo mismo que hizo Francisco junto a sus primeros hermanos. Por eso, es fundamental que nuestra formación consiga despertar en todos nuestros formandos el deseo de la misión y les dé los instrumentos necesarios para realizarlo.

            Como capuchinos seguimos siendo enviados donde nadie quiere ir (RF 72). Es importante estar preparados para esto, y hacerlo siempre desde nuestro carisma. No solo en territorios lejanos de misión, sino también en las periferias existenciales que pueden estar muy cercanas a nuestros conventos. Hay muchos lugares donde nadie quiere ir, e desgraciadamente tantos lugares ocupados por nosotros donde muchos querían estar. No litiguemos por estar donde otros quieren, esta no es nuestra vocación.              

La implementación de la Ratio ciertamente llevará a nuestra Orden a una importante renovación, especialmente en la vivencia de nuestro carisma, también en relación a la misión. No tengamos miedo de ser prudentemente osados, pues somos una Orden que tiene el espíritu de ser una reforma y esto es una actitud que forma parte de nuestra identidad carismática (RF 73). Tal vez en algo podremos equivocarnos y necesitaremos evaluar y replantear de nuevo algunas cosas, pero tenemos que asumir los riesgos que conlleva caminar hacia un futuro no escrito (RF 73).

Ciertamente las nuevas generaciones iniciadas en esta voluntad de ser auténticamente capuchinos contribuirán a renovar el entusiasmo de nuestra Orden por el Reino de Dios y la vivacidad que siempre nos ha caracterizado a lo largo de los siglos[12]. Pero, también a los hermanos que vivimos en formación permanente, la nueva Ratio nos brinda una ocasión única de aprender con los discípulos de Emaús a recomenzar siempre de nuevo y ––ahora con mucho más razón–– a no dar nunca por concluida nuestra formación (RF 182).

                 

                                        Hno Mariosvaldo Florentino, ofmcap

                                        Secretario General de las Misiones






[1] La reforma capuchina nace con el deseo profundo de volver a los eremitorios y a los lugares apartados que favorecen el encuentro con Jesús pobre y crucificado, donde el silencio se trasforma en servicio y consuelo a los apestados y la contemplación se hace compasión (RF 69).

[2] Téngase en cuenta de manera especial lo siguiente: que los candidatos sean por su carácter idóneos para la convivencia fraterna de nuestra vida evangélica (Const. 18,3).

[3] Fraternidad y minoridad son nuestras señas de identidad: ser hermanos de todos sin excluir a nadie, acoger de modo preferencial a los «menores» de nuestra sociedad (RF 64).

[4] Yo oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?». Yo respondí: «¡Aquí estoy: envíame!» (Is 6,8).

[5] Nuestra misión es descubrir todo el bien que hay a nuestro alrededor para cuidarlo, ayudarlo a crecer y compartirlo (RF 71).

[6] Dos veces la Ratio cita Mt 10,8: Gratis lo recibisteis, dadlo gratis (RF 62; 71).

[7] El método integrativo exige que todas las dimensiones, con su respectiva fuerza carismática, estén presentes de modo iniciático y progresivo en las distintas etapas del proceso formativo (RF 61).

[8] Desde los programas de formación académica hay que insistir en la necesidad de una metodología que favorezca dinámicas de grupo que nos ayuden a pensar juntos, superando la competitividad, la autosuficiencia, el narcisismo intelectual y a establecer diálogo interdisciplinar entre los diversos conocimientos (RF 110); La pastoral en fraternidad es el mejor antídoto contra el activismo y el individualismo, y nos protege del narcisismo apostólico, de patologías afectivas o del uso inapropiado del dinero (RF 121); La misión nace de una relación íntima y afectiva con el Maestro, vivida en fraternidad, y evita el protagonismo o el narcisismo pastoral  (RF Anexo 1,28, D).

[9] Acoge con respeto y sin miedo a corregir y a amonestar, rechazando enérgicamente a los hermanos cuyas motivaciones nada tienen que ver con el espíritu del Evangelio (RF 148).

[10] Reconocemos la condición particular de aquellos hermanos, comúnmente llamados misioneros, que dejando la propia tierra de origen, son enviados a desarrollar su ministerio en contextos socio-culturales diferentes, en los que el evangelio no es conocido o donde se puede prestar servicio a las Iglesias jóvenes (Const. 176,2).

[11] Del mismo modo, reconocemos el compromiso misionero particular de los hermanos enviados a lugares en los que es necesaria una nueva evangelización porque la vida de grupos enteros ya no está informada por el evangelio y muchos bautizados han perdido, en parte o totalmente, el sentido de la fe (Const. 176,3).

[12] R. Genuin, Agradezcamos al Señor, 29.