giovedì 22 aprile 2021

El anuncio del Evangelio

 Nos consideramos todos misioneros

 


CONSTITUCIONES 

DE LOS HERMANOS MENORE CAPUCHINOS

 

CAPÍTULO XII

 

EL ANUNCIO DEL EVANGELIO Y LA VIDA DE FE

  

Nº. 176

  

COMENTARIO DE FRAY ANTONIO BELPIEDE *

 

[Traducción del italiano por fray Jaime Rey Escapa, OFM Cap]

  

"El Rey es Rey para todos, menos para su sirviente", así reza un viejo proverbio, que también puede utilizarse - mutatis mutandis - para otros regímenes distintos de la monarquía. Los adornos estéticos y la hipocresía ética, los trucos de propaganda, las pelucas con rulos del rey Luís de Francia o las docenas de medallas prendidas en el pecho hinchado de Leonid Brezhnev se desvanecen ante los ojos del sirviente personal. El rey se revela en su humanidad cotidiana, a veces enferma, débil, viciosa. Los rizos de la peluca dan paso a la realidad de la alopecia causada por el estrés del gobierno o por una calvicie despiadada. El Rey se muestra desnudo a los ojos de su lacayo, esperando que se mantenga siempre fiel a su persona y a la Corona.

 

Así, como un sirviente fiel a su Rey, el Procurador general ve a la Orden sin peluca, sin medallas en el pecho, sin maquillaje, sin las aureolas de nuestros santos, en su fatiga, en su deseo de servir que a veces choca con la cobardía y la bajeza, con el desencanto que viene de los cuatro puntos cardinales, según una rotación que sólo el Señor de la historia puede entender.

 

Cuando se habla de la Orden a los novicios o a los frailes jóvenes se la presenta como un jardín de árboles hermosos y fructíferos. Se representan los olivos, con su follaje de doble cara -plata y verde-, según el lado de la hoja que el viento mueve, las vides opulentas con racimos rojos y turgentes que prometen copas de delicioso vino, los dulces higos que se agrietan en la parte inferior, mostrando vetas blancas y rojas, porque ya están maduros y esperan nutrirnos de dulzura. La vida, con el tiempo, nos hace conocer, incluso a la zarza -presuntuosa en su fealdad estéril-, que como en la parábola de Jotam, exhorta a las otras plantas a elegirlo rey (Jc 9, 7-15).

 

Negar la verdad no es caridad; sí lo es la prudencia de cubrir la desnudez del hermano, como aquella del Rey. Pero para nosotros, que estamos llamados a vivir el Evangelio, la mayor caridad ante la realidad de la debilidad y del pecado consiste en recordar y testimoniar la omnipotencia de Dios que es capaz de transformar la desagradable zarza, afilada y peligrosa, en una eterna y crepitante llama de energía, de fe, de belleza. La zarza de nuestros límites, de nuestras posibles miserias, no debe ocultarse bajo un paño mimético, sino exponerse al soplo perenne del Espíritu para que arda como la zarza que encantó a Moisés y le condujo a la Misión.

 

En el origen de la misión de la Orden, por tanto, no hay una representación edulcorada de la santidad en polvos de talco, sino una fe fuerte en Aquel que es capaz de transformarnos en zarza ardiente de evangelización perenne, de la misma manera que, corriendo con alegría regresaron a Jerusalén Cleofás y su compañero, a quienes "había abrasado su corazón en el pecho, explicándoles las Escrituras sobre su pasión" (cf. Lc 24, 13-35).

 

Simón Pedro, que junto a los otros once discípulos se llena de entusiasmo y pronuncia su primer discurso el día de Pentecostés, es un hombre herido y curado. No es un "novicio impecable", sino uno que negó por tres veces conocer al Maestro. ¿Por qué debemos falsear nuestros modelos formativos y la imagen de la Orden con aparentes discursos retóricos de santidad? Cuando la liturgia, en el canon romano, dice: "Y a nosotros, pecadores, siervos tuyos...", dice la verdad. La fuerza del Evangelio se libera en la misión porque en su origen hay un mandato muy parecido al que recibió Pedro en el lago de Tiberíades: "Pastorea a mis ovejas". El que negó tres veces, aquí tres veces, también, afirma su seguimiento. Todo verdadero misionero del Evangelio está herido y curado. Como dice el gran experto en humanidad, Carl Gustav Jung: "Sólo el médico herido puede curar".

 

176,1 "En nuestra fraternidad apostólica, todos estamos llamados a llevar el gozoso mensaje de la salvación a los que no creen en Cristo, en cualquier continente o región donde se encuentren; por eso, nos consideramos todos misioneros".

 

"Llamados" es hermoso y verdadero. Es Él quien nos ha llamado, a cada uno a una vocación única y hermosa. Sin embargo, Francisco, precisamente porque está llamado a ser el servidor de todos, se declara "obligado" a administrar las fragantes palabras del Señor. "Estoy obligado - teneor". Las palabras del fundador suenan más jurídicas que las del texto constitucional. A una distancia de casi ocho siglos han encontrado una correspondencia impensable en el canon 747 § 1, con el que se abre el libro III del Código de Derecho Canónico, El magisterio de la Iglesia:

 

"La Iglesia, a la que Cristo el Señor confió el depósito de la fe... tiene el deber y el derecho nativo... independiente de cualquier poder humano, de predicar el Evangelio a todas las naciones".

 

En la propia estructura de la relación jurídica hay alteridad o intersubjetividad. Una obligación jurídica sólo puede existir entre dos (o más) sujetos. Contra el derecho de uno está el deber de otro y viceversa. El derecho de la Iglesia a anunciar el Evangelio a todos los pueblos no proviene de un acuerdo con un Estado soberano, o con otro "poder humano", sino de la investidura de Cristo el Señor y de la asistencia del Espíritu Santo. En nombre de esta unción divina, la Iglesia reclama con humilde firmeza ante toda autoridad terrenal su derecho originario a proclamar el Evangelio. De esta pretensión de derecho divino deriva la martyria, el testimonio de la Iglesia que a veces llega hasta el derramamiento de la sangre.

 

La Iglesia, desde sus inicios, no solo tiene el "deber" sino también el "derecho" de predicar el Evangelio. ¿Quien puede pretender que la Iglesia ejerza este deber?, ¿Quién, en definitiva, es el titular del derecho a "recibir el anuncio del Evangelio"? "Todas las naciones - Omnibus gentibus", como concluye el § 1 del canon. Libre frente a las dictaduras y los sistemas autoritarios, como lo fue al principio, durante las persecuciones del Imperio Romano, la Iglesia está llamada a hacerse servidora de la Palabra ante los que no conocen a Cristo, y también ante los que lo han conocido y lo han olvidado. Bendito sea nuestro hermano Francisco, poeta inspirado para decir palabras jurídicas de obligación, para fundir en su corazón iluminado poesía y contrato, para transformar una obligación eclesial en un canto universal. La poesía del Evangelio también lo exige: el deber del siervo, una Iglesia que es sierva para prestar la humilde diaconía de la Palabra a todos los pueblos; una Orden que es sierva de la Palabra en la Iglesia, tras las huellas de su fundador.

 

176.2. Además del compromiso misionero ordinario desarrollado en comunidades cristianas capaces de irradiar el testimonio evangélico en la sociedad, reconocemos la condición particular de aquellos hermanos, comúnmente llamados misioneros que, dejando la propia tierra de origen, son enviados a realizar su ministerio en contextos socioculturales diferentes, en los que el Evangelio no es conocido o donde se puede prestar servicio a las Iglesias jóvenes.

 

Durante siglos la Iglesia ha tenido la percepción teológica - canónica - psicológica de una evidente diferencia entre las Iglesias particulares de antigua tradición – sobre todo las de Europa- y los territorios de misión. El texto se hace eco de esta bipartición. La propia estructura de los Dicasterios de la Santa Sede muestra la solidez de esta distinción también a nivel jurídico y de gobierno. Las diócesis más antiguas, en Europa, en América, en Australia, dependen de la autoridad de la Congregación de Obispos. Los más jóvenes dependen, en cambio, de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, también conocida como Propaganda Fide, que no por casualidad se encuentra en la Plaza de Propaganda, tocando a la hermosa Plaza de España de Roma[1]. Si las diócesis jóvenes se confían a la Congregación que tiene mayor competencia en lo que se refiere a los territorios de primer anuncio, con mayor razón lo serán las otras estructuras jerárquicas que aún no han alcanzado la madurez de ser erigidas como diócesis: los Vicariatos y las Prefecturas Apostólicas sobre todo (cf. Can. 368).

 

Múltiples signos indican, sin embargo, el debilitamiento, la desaparición, incluso la negación pública de la fe cristiana en territorios de antigua tradición eclesial: Europa, el continente americano, y otras naciones de cultura occidental. Signos que van desde la omisión que pretende negar las "raíces judeocristianas" en el proemio de la Constitución Europea -luego "abortada"-, hasta la progresiva disminución de los matrimonios sacramentales, pasando por la creciente práctica llamada, con una expresión burda, "apóstata", es decir, la manifestación expresa de la voluntad de ser borrado del registro del libro de bautismos, en el que generalmente se inscribía después de haber recibido el sacramento a petición de los padres.

 

Las "comunidades cristianas capaces de irradiar el testimonio del Evangelio en la sociedad" se convierten así, cada vez con más frecuencia, en comunidades que sobreviven a duras penas en medio de los desiertos de la fe, sedientas de un agua viva que poseían y que "han perdido en parte o totalmente" (176,3).

 

176.3. Del mismo modo, reconocemos el compromiso misionero particular de los hermanos enviados a los lugares en los que es necesaria una nueva evangelización, porque la vida de grupos enteros ya no está informada por el Evangelio y muchos bautizados han perdido, en parte o totalmente, el sentido de la fe.

 

Hace unos años hubiera sido difícil de entender que los frailes enviados a trabajar en la Nueva Evangelización fuesen llamados misioneros. Nuestras Constituciones han adquirido y asumido con una expresión decisiva el hecho de que los misioneros son necesarios para las antiguas iglesias del Occidente ya cristiano. Tengo ante mis ojos un hermoso cuadro que vi, hace años, en nuestro convento de Asís: un fraile con hábito de color crema y con un casco colonial en la cabeza se aventura en una piragua por un río de la región de la Amazonia. En el imaginario católico, el de los niños y sus madres, el de los benefactores y de los partidarios de las misiones, se imaginaban así a los frailes; alternando con el otro panorama generalizado, el de la sabana africana, o aquel otro de la selva asiática siempre verde y húmeda. Estos iconos conservan su valor. La Missio ad gentes debe continuarse con ardor, como se reitera en el n. 176,2. Sin embargo, hoy, podemos imaginar otros iconos de la misión: frailes hablando con los jóvenes en una sentada improvisada en los Jardines de Luxemburgo en París, o en Hyde Park en Londres; miembros laicos de la OFS o monjas tocando la guitarra frente a la Puerta de Brandenburgo en Berlín o rezando antes de comer una pizza en el Puente Milvio en Roma. Y de los sueños y la imaginación se puede pasar a los proyectos concretos.

 

Fue el gran Juan Pablo II, un joven Papa de cincuenta y nueve años, quien pronunció por primera vez la palabra Nueva Evangelización. Lo hizo en su propio idioma, el polaco, en su propia tierra y en su propia ciudad, Cracovia, el 11 de junio de 1979. Lo hizo en el barrio obrero de Nova Huta, donde el régimen pro-soviético quería construir un barrio obrero ateo, sin iglesias. Pero el cardenal Wojtila, párroco de esa ciudad católica, había luchado con su pueblo contra la burocracia roja. Había luchado y ganado. Allí, donde el ateísmo estatal quería establecerse, una cruz muy alta recuerda el coraje de Juan Pablo II y su inspirada profecía como nuevo Papa: es necesaria una Nueva Evangelización. La palabra creció lentamente, fue proclamada con fuerza en la asamblea de los obispos latinoamericanos en Puebla en 1983. Tras la muerte de Juan Pablo II, el Papa Benedicto erigió un nuevo dicasterio para la promoción de la Nueva Evangelización. Francisco nos ha devuelto el deseo de la alegría que nace del encuentro con Cristo en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, La alegría del Evangelio.

 

Mi madre María comía poco. Nos sentábamos siete en la mesa. Se alegraba de ver que sus hijos lo devorábamos todo y nos explicaba: "Tengo la nariz tan llena de los olores de la cocina que pierdo un poco el apetito". Quizás sucede lo mismo con esta preciosa palabra: hemos hablado y escrito tanto sobre la Nueva Evangelización, pero quizás, no hemos abierto el apetito al Evangelio; al hambre de una Misión renovada. Seguimos haciendo lentamente las mismas cosas. En el inicio de este milenio, la Iglesia se mueve en el mundo cristiano con maniobras para reordenar las fronteras y mover los archivos. Nuestra Orden está en la Iglesia. Durante varias décadas, las provincias de Europa se han ido unificando progresivamente, coincidiendo a menudo con una nación entera: así Francia, Alemania, España. Ahora Irlanda y el Reino Unido se están unificando. El movimiento aparecerá pronto en Estados Unidos y en la Sudamérica de habla hispana. Tal vez, sea la única manera de avanzar, tal vez no. Tal vez, podríamos transformar las Provincias numéricamente pequeñas en estructuras jurídicas más ágiles, como Custodias y Delegaciones, apoyadas por circunscripciones más fuertes, con un espíritu misionero renovado y adaptado. Hay que reflexionar sobre ello.

 

El punto fundamental es otro. Tenemos que hacer una conversión del corazón y de la mente, y volver a las calles, y volver a los hogares. A menudo estamos atrapados en una presencia fraterna de tipo conventual, débil e intimista, en una acción apostólica que repite viejos esquemas, que espera a la gente en el templo, que no escucha el grito silencioso de los que están a nuestro lado, en cada ciudad de Europa y del Occidente que fue cristiano, y que ahora necesitan volver a escuchar, por el alguien que crea, el Nombre de Jesús: Dios Salvador.

 

176.4. Por lo tanto, esforcémonos en escuchar y no hacer ineficaz el mandato misionero del Señor, sabiendo que toda persona tiene derecho a escuchar la buena noticia de Dios para realizar plenamente su propia vocación.

 

El mandamiento misionero ha cambiado y se ha diversificado. El primer anuncio debe continuar. Pero al mismo tiempo la Nueva Evangelización debe ir más allá de los inicios y convertirse en la actitud constante de las iglesias de antigua tradición. Fuera del templo hay una comunidad esperando. Hay una comunidad envuelta en innumerables palabras, y aturdida por mil dispositivos electrónicos, pero sedienta de una palabra fresca como el agua de manantial y cálida como la de aquel Rabino judío que habló a la mujer de Samaria: "Si conocieras el don de Dios..." (Jn 4, 10).

 

Al final del número 176 encontramos las palabras jurídicas de Francisco. Si toda persona "tiene derecho a escuchar el Evangelio", nosotros, los hermanos de Francisco tenemos el deber de anunciarlo, tal y como nos pide la Iglesia, con un corazón cálido como Cleofás y su compañero después del encuentro con Jesús.

 

La Procuración General de la Orden no se presenta como un rey con peluca, sostenido por aplausos y medallas. Cuanto más consigamos ser hombres de verdad, en la pobreza de nuestro pecado y en la riqueza desbordante de la investidura del Espíritu Santo, más arderemos a lo largo de nuestra vida como la zarza que fascinó a Moisés: y le envió en misión. Amén.

 

© copyright Antonio Belpiede 2020 – Uso libre para la Orden de los Hermanos Minores Capuchinos



[1] Para ser precisos, conviene recordar que el Dicasterio del mismo nombre es responsable de las Iglesias orientales. (cf. Juan PABLO II, Const. Ap. Pastor Bonus, 1982, art. 56).

venerdì 9 aprile 2021

Fraternidades Internacionales en la Amazonia

 

La Amazonia te espera...



Paz y bien.

Querido hermano, ya hace algún tiempo que nuestra Orden Capuchina tiene un lindo sueño. Tener fraternidades internacionales en la Amazonia, exactamente en la triple frontera, Colombia, Perú y Brasil, donde ya tenemos las fraternidades de Leticia y Benjamín Constant.

Despacito el proyecto está tomando forma, queremos dos fraternidades con hermanos locales y también hermanos de otras circunscripciones que quieran vivir intensamente nuestro carisma de vida fraterna, minorítica y orante, en esta realidad fuertemente misionera. 

Sería vivir la misión desde nuestros valores capuchinos. Soñamos también, poder realizar allí, con ambas fraternidades, una escuela misionera para todos los post novicios de las Américas y otros hermanos, capaz de dar una base teórica y práctica de nuestro modo de ser misionero. Necesitamos encontrar hermanos que quieran vivir esta experiencia. 

Y sabemos que Dios va a tocar el corazón de algunos para que puedan decir sí. Si tú quieres conocer mejor este proyecto, entra en contacto con nosotros. Con alegría te estaremos facilitando los materiales que ya tenemos y también iniciaremos un dialogo fraterno. 

Soy el hno Mariosvaldo Florentino, secretario general de las misiones. Y tú puedes escribirme un correo electrónico a missioni@ofmcap.org o enviarme un mensaje a nuestro Facebook: Amazonas Misioneros Capuchinos…

Un abrazo. Paz y bien.