La MISIÓN en la
Ratio Formationis de los Capuchinos
El propósito del
presente texto es ayudar en la implementación de la Ratio Formationis, mediante una lectura del documento desde los
ojos de la misión; esto es: una búsqueda de todos los indicios que estén de
algún modo relacionados con este aspecto fundamental de nuestro carisma. Con
él, queremos ofrecer a los que van a trabajar en la adecuación de los
itinerarios formativos de las circunscripciones una llamada de atención para
que el aspecto misionero tenga allí el espacio y la fuerza que le corresponde.
Por otro lado, quiere ofrecer a todos los hermanos una lectura de formación
permanente que estimule el espíritu misionero con algunas explicitaciones de lo
que la Orden comprende por la misión capuchina.
Una Orden misionera
La Ratio nos dice: la dimensión misionera está en el corazón de nuestro proyecto: ser
capuchino es estar dispuesto a ir donde ninguno quiere ir… (RF 41). Entendamos
esto.
Desde los orígenes,
cuando eran nada más que ocho hermanos, Francisco de Asís ya entendió que de
dos en dos deberían partir en misión en las cuatro direcciones. Los primeros
hermanos deseaban, con el ejemplo y la palabra, allí donde pasaban sacudir los
corazones paralizados o torpes a través de un renovado encuentro con Cristo
pobre y crucificado. Con sencillez invitaban a todos a la conversión (penitencia). Luego Francisco quiso que los
hermanos cruzasen los Alpes y más tarde que fueran entre los sarracenos. De
hecho, Francisco recupera el modelo
apostólico (itinerancia, predicación y fraternidad) (RF 36).
También los capuchinos, desde el inicio, encontraron en
una vida muy contemplativa la fuerza y la razón para el servicio de los más vulnerables,
pobres y apestados[1],
y cuando la Iglesia los necesitó en las misiones, sin miedo, se lanzaron donde
otros no querían ir. Constatamos que desde el inicio de nuestra reforma existía
un deseo de misión, y esto era cultivado entre los hermanos. Ya las
Constituciones de Santa Eufemia (1536), en su número 143 insisten: Los ministros no tengan en consideración el
pequeño número de los hermanos, ni se duelan por la partida en misión de los
buenos. De hecho, fuimos grandes colaboradores de Propaganda Fidei y su primer mártir es justamente nuestro querido
San Fidel de Sigmaringa. Estuvimos presentes en la implantación de la Iglesia
en muchas regiones difíciles del planeta.
Nuestras
actuales Constituciones definen que somos una Orden misionera y todos los
hermanos deben en algún modo vivir este carisma: en nuestra
Fraternidad apostólica, todos estamos llamados a llevar el gozoso mensaje de la
salvación a quienes no creen en Cristo en cualquier continente o región donde
se encuentren; por eso nos consideramos todos misioneros (Const. 176,1). Es
esto lo que hace tan necesario que en todo el proceso de iniciación a nuestra
vida, nuestros candidatos sean ayudados a abrazar con pasión este ideal, pues la misión ocupa un puesto central en la
historia de la Orden. Todas las etapas de formación han de tenerla en su
horizonte (RF 122). Nuestra formación debe formarnos para la misión.
La Ratio también nos recuerda un lema que
motivó a tantas generaciones de hermanos y dio tan buenos frutos: ser capuchino, misionero y santo (RF 101).
Aunque los tiempos hayan cambiado, esta propuesta continúa más que nunca válida
y necesita ser asumida por todos los que quieran abrazar esta vida.
Nuestra misión debe ser capuchina
Encarnar y fortalecer los valores de
nuestra identidad carismática: este es el título de la carta de promulgación de la
Ratio Formationis, y ciertamente
resume muy bien el espíritu que anima todo el documento. Indudablemente, el
ideal último es el seguimiento de Cristo a partir de su evangelio, algo a lo
que todos los cristianos estamos llamados. Nuestro seguimiento de Cristo se
hace específico cuando lo vivimos
al modo de Francisco de Asís, y se torna aún más particular cuando lo asumimos
al estilo capuchino. Comprender esta especificidad, como nuestra riqueza
carismática, es lo que puede ayudarnos a ser más auténticos y con una
contribución preciosa y única a la Iglesia. Ciertamente no significa que seamos
mejores o peores que los demás, sino que tenemos algo que nos es propio. Y
sobre esto debemos insistir, si queremos continuar siendo significativos.
Si
esto es válido para todos los aspectos del seguimiento (relaciones, pobreza,
oración, compasión…) como nos deja muy claro la Ratio, también lo es para la misión. Debemos anunciar el evangelio con la fuerza de nuestro carisma (RF Proemio). Nuestra misión debe estar
marcada por nuestro ser capuchino, es decir: si vivimos nuestra misión de un
modo indiferenciado (igual que un sacerdote diocesano, o un laico consagrado, o
algún miembro de cualquier otra congregación) algo no está funcionando, aunque
sea mucho lo que estemos haciendo. Dios y la Iglesia esperan que nuestra
evangelización sea marcada y enriquecida con el carisma que el Señor nos confió
y del que la Iglesia se hizo custodia (cf. RF 59). Es, por lo tanto,
fundamental descubrir en nuestra misión
carismática una vía para colaborar en la construcción de un mundo más
evangélico y fraterno (RF 264).
Proponemos
aquí los cuatro elementos básicos de nuestro carisma: fraternidad, minoridad,
contemplación y servicio a los pobres, buscando siempre reflejar en ellos la
misión. Como sabemos, los cuatro se implican mutuamente, se clarifican y se
sostienen. El carisma es la amalgama de los cuatro, de modo que si falta uno de
ellos ––o si uno es vivido en un modo insuficiente–– es el ser capuchino el que
se deteriora, se destiñe y deja de ser atrayente.
La fraternidad
La Ratio insiste con fuerza en la primacía
de la fraternidad en nuestra vida carismática y esto tiene una incidencia
profunda sobre nuestro modo de evangelizar. Tengamos presente algunas de sus importantes
afirmaciones: Vivir como hermanos es el
espejo de los valores del Reino, su anuncio más hermoso, la forma más auténtica
de compartir el deseo de Dios (RF 20); El
testimonio de nuestra vida fraterna es sin duda el modo más creíble de
anunciarlo (RF 41); La vida fraterna
es el primer servicio evangelizador (RF 72); Vivir como hermanos menores los unos para los otros es el elemento
primordial para la vocación franciscana, que a su vez se convierte en el primer
elemento de la evangelización (RF 115); Vivir
como verdaderos hermanos en medio del mundo es el modo más fiel y más hermoso
de anunciar a Jesús y su Evangelio (RF 120). Por lo tanto, el ser fraternos,
además de ser nuestro primer modo de evangelizar, es también la condición para
hacerlo, esto es, los hermanos son siempre enviados por la fraternidad. En lo
posible, realizamos nuestro apostolado con otros hermanos pues las experiencias pastorales, acompañadas y
realizadas con otros hermanos, han ser expresión de toda la fraternidad,
evitando el individualismo (RF An 1,28). Pero cuando esto no es posible, el
hermano no puede perder el nexo con la fraternidad. La misión no es suya, sino
de la fraternidad, que puede confiarle a él la ejecución concreta, pero siempre
en su nombre.
Esto significa que
cuando un candidato nos busca, quizás con tantos sueños evangelizadores y
tantos proyectos de misión, desde la pastoral vocacional debe quedar claro que
nuestro modo propio de hacerlo es en fraternidad. Nuestra Orden no quiere ser
una escuela de misioneros individuales, aunque que estos tengan muchos valores
y dones y puedan hacer tanto bien a la iglesia y al mundo. No nos sirven
vocaciones que sean excelentes para la pastoral pero que no quieran entender y
asumir el valor de la fraternidad. No nos olvidemos de que para nosotros la fraternidad es el lugar primero de
nuestra entrega” (RF 62). Ella es primaria en nuestra vida y esto debe
estar claro desde el inicio. Sin duda, el ser fraterno se aprende, se purifica
y perfecciona a lo largo del proceso, pero es importante que el candidato
demuestre capacidad e interés por él[2]. Por
lo tanto, la capacidad relacional, la
apertura mental, la tolerancia y la flexibilidad son elementos imprescindibles
de la personalidad de aquel que elige la vida fraterna (RF 104).
Para ser auténticos
misioneros capuchinos necesitamos en primer lugar aprender de Jesucristo a ser
fraternos, pues a Francisco le fue
revelado que para vivir como Jesús son imprescindibles los hermanos (RF
35). Es necesario estar decidido a acoger, amar y servir a los hermanos que
Dios me regala como compañeros de camino. Se trata de vivir junto a ellos ––por
más diferentes que seamos en edad, pensamiento, cultura o dones–– la
experiencia de la vida concreta de cada día, con la sensibilidad de percibir
sus necesidades y la decisión de servirlos como
una madre (RgB 6,8), con un dialogo sincero y profundo que nos expone en
nuestras diferencias, pero que, condimentado por el perdón, nos capacita para
la comprensión mútua y profunda. De este modo nos cualificaremos para ser
misioneros capuchinos, pues lo que la Orden espera de cada hermano es que sepa evangelizar con la vida y la palabra desde
el testimonio de las relaciones fraternas (RF 191).
La minoridad
El otro gran exponente
de nuestro modo de ser es la minoridad. Francisco quiso que fuéramos una orden
de hermanos menores. La minoridad, por lo tanto, cualifica la fraternidad y
purifica las relaciones, pues configura
nuestros modos de desear, desenmascarando la tentación de ser y hacer cosas
grandes (RF 67). Cuando entendemos este valor y lo asumimos, renunciando
voluntariamente a toda y cualquier pretensión de estar por encima de los demás
hermanos o a tener condiciones especiales por el motivo que sea, sino que
buscamos estar abajo, sirviendo con alegría, como pide el evangelio, entonces
todo se hace más sencillo y fácil en la fraternidad, pues la minoridad
trasforma en dulzura lo que a los ojos del mundo es amargura. De hecho, para
nosotros franciscanos existe una incompatibilidad
entre fraternidad y poder. Quien quiere ser hermano menor debe servir y
renunciar a todo tipo de dominio sobre el otro (RF 24).
Igualmente nuestra
misión debe estar marcada por la minoridad. Nuestras actividades pastorales deben estar en sintonía con nuestra vocación de
menores formándonos para estar dispuestos a ir donde nadie quiere ir (RF An
1,28). El hermano menor debe ser menor también en la relación con el pueblo a
quien va a servir en el apostolado, no escudándose en títulos o encargos, y
tampoco diferenciando entre pecador y santo, enfermo y sano, pobre y rico, ignorante
e intelectual, ateo y creyente..., aunque prefiera a aquellos que son más
vulnerables[3].
La minoridad, cuando es asumida en la pastoral, permite al hermano vivir de
verdad el ideal del servicio, pues hay muchos que tienen el título de
servidores, pero exigen ser servidos en todo. De hecho, un hermano menor se distingue por su cercanía y solidaridad con los
pobres; por su aprecio y respeto a las diversas culturas, lenguas y religiones;
por su compromiso con la justicia social, la construcción de la paz y el
cuidado ecológico del planeta (RF 124).
La Ratio nos recuerda que en los capuchinos
esta minoridad se hizo muy visible en la sobriedad
con la búsqueda de lo esencial (RF 67). Esto también debe estar presente en
nuestro ideal de misión. El misionero capuchino no debe proveerse de mucho
dinero para poder así mantenerse bien y construir grandes estructuras, conventos
imponentes u obras asistenciales colosales. La auténtica minoridad está
profundamente relacionada con la pobreza, con la confianza en la providencia y con
el empeño en una vida sobria. La seguridad económica, también en la pastoral y
en la misión, continúa siendo la gran tentación que ya Francisco y la reforma
capuchina rechazaron con firmeza. Ya hemos dicho arriba que la tentación de hacer cosas grandes nos
aleja de la minoridad.
La contemplación
La otra gran
característica carismática de nuestra Orden es la vida contemplativa. Se
encuentra en el origen de nuestro deseo de ir al encuentro del otro,
especialmente de los que sufren o están alejados de Cristo. De esta intimidad nace el deseo de la
misión: construir juntos el Reino de los Cielos (RF 118). Pues sabemos que el silencio se trasforma en servicio…y la
contemplación se hace compasión (RF 69). Por eso, nuestros formandos y
todos los hermanos tienen que ser estimulados, ayudados y guiados para asumir la
vida contemplativa franciscano-capuchina, esto es, para descubrir en fraternidad a Cristo pobre y desnudo, que
se identifica con los pobres y los que sufren (RF 97). Esto es esencial si
queremos que en nosotros nazca, se consolide y se conserve el deseo de la
misión según el modo capuchino. Ya fuimos advertidos de lo siguiente: de una vida de oración mediocre no puede
nacer sino un servicio mediocre, frágil, que retrocede ante el primer obstáculo
que se encuentre en el camino (JohriReav 16).
Esto significa que, no
solo en las casas de formación sino en todas nuestras fraternidades, los
tiempos y los modos de oración y contemplación necesitan ser celosamente
promovidos y conservados. Si el misionero capuchino pierde su espíritu orante contemplativo,
la misión se resentirá, pues la
contemplación es el “espacio
irrenunciable en que nuestros ojos se cargan de misericordia” (RF 38). De
ningún modo podemos permitirnos pensar que una fraternidad altamente apostólica
pueda reducir o extinguir los tiempos de oración, meditación y contemplación debido
a los muchos trabajos pastorales, pues esto llevará a esta fraternidad a la
ruina. Sin contemplación no hay
fraternidad (RF 70).
Además, en nuestra
misión somos invitados a compartir con los demás fieles esta riqueza de nuestro
carisma, como piden nuestras Constituciones: por lo tanto, esforcémonos diligentemente en aprender el arte de la
oración y en transmitirla a los demás (Const. 55,6). Debemos ser maestros
de oración en nuestra pastoral, introducir a nuestra gente no solo en las
oraciones tradicionales sino también en la contemplación. Esto ciertamente
transformará a las personas, pues quien
se deja tocar por el silencio se relaciona más hondamente con el mundo, se abre
a la paz y vive de una forma más auténtica (RF 2). Para que esto suceda es
absolutamente necesario que, en la formación, nuestros candidatos aprendan,
practiquen, gusten, interioricen y asuman la contemplación como un valor
cotidiano, no solo importante sino absolutamente necesario, pues al terminar la
iniciación a nuestra vida deben ser maestros de oración, especialmente
contemplativa.
Relacionados con los pobres y los que sufren
Nuestra fraternidad capuchina
no se basta a sí misma, no puede vivir en la auto referencialidad, no debe
consumarse solo en sus actividades internas; por este motivo, una parte
importante de nuestras fuerzas, energías, inteligencia, creatividad y recursos
tiene que ser gastada en la misión. Y esto vale para todas nuestras
fraternidades, pues una fraternidad menor
y contemplativa se hace sensible a las necesidades y a los sufrimientos de los
demás y se abre a la búsqueda de nuevos caminos de justicia, de paz y de
cuidado de la creación (RF 71). Si esto no sucede, la fraternidad se
asfixia. Nuestro ser fraternos, menores y contemplativos ––si lo somos con
autenticidad–– nos abre al apostolado, nos permite escuchar la necesidad del
mundo y de la iglesia y nos empuja a responder: ¡aquí estamos, Señor, envíanos![4]
Sin embargo, es muy
importante destacar algo que en la Ratio
se subraya con fuerza: necesitamos a los leprosos, a los pobres, a los que
sufren pero, en primer lugar, no para servirlos sino para aprender de ellos. Antes
de ser sus servidores, necesitamos relacionarnos con ellos para que ellos nos
ayuden a ser lo que queremos ser. Debemos invertir nuestra concepción: ellos no
son solo los destinatarios de nuestra misericordia, al contrario, son
primeramente agentes de nuestra trasformación. Gracias a los leprosos, Francisco comienza a conocerse y experimenta el
sentido de la gratitud (RF 23). En
medio de los leprosos, lejos de toda falsa seguridad, surge la verdadera
seguridad interior (RF 24). Por eso, lo mismo que pasó con Francisco tiene
que suceder en nuestro proceso formativo, necesitamos estar en contacto con los
pobres durante todas las etapas de la formación. Necesitamos tomar conciencia
de que los pobres son nuestros maestros
(RF 111; 174; Anexo 2,19). Para esto es fundamental prever en la formación
experiencias no solo de solidaridad con ellos, realizadas desde nuestras
seguridades, sino tiempos fuertes y alargados de encuentro y de convivencia,
que puedan darnos la posibilidad de ver el mundo con sus ojos. El pobre se convierte en nuestro verdadero
formador cuando nos arriesgamos a comprender la realidad desde su punto de
vista y hacemos nuestras sus prioridades. Los frutos no se dejan esperar: la
mirada se centra en lo esencial; vivimos mejor con menos; la confianza y el
abandono a la providencia en las manos del Padre se hacen opciones de vida
reales y concretas (RF 176). Estas experiencias son fundamentales en la
formación inicial, pero también harían un bien enorme en la formación
permanente. Ciertamente será muy importante saber trabajar la realidad familiar
de muchos formandos, justamente para que no pierdan ni nieguen sus raíces, que
deben ser una contribución a la fraternidad.
Solo después de haber
recibido y asimilado el aporte que los pobres nos dan es cuando nos capacitamos
para tener una auténtica, respetuosa y activa compasión hacia los que sufren. De
hecho, nuestra formación, a través de un
proceso de acompañamiento personalizado, ofrece instrumentos necesarios para
hacernos hombres libres, maduros afectivamente y compasivos (RF 76). Es así
como lograremos que todas nuestras misiones estén marcadas por una grande
sensibilidad hacia los que sufren. No podemos estar en el mundo, buscando solo
una vida cómoda, rodeados únicamente de personas bien situadas, exigiendo tener
satisfechas todas las mínimas necesidades, y a veces hasta más de lo que
verdaderamente se necesita. El mismo
Francisco, enamorado de las palabras de Jesús, alerta a sus hermanos contra la
tentación de revestir la vida desnuda y sencilla del Maestro, y nos invita a
vivir evangélicamente y sine glosa (RF 19). Si somos verdaderos capuchinos,
no podemos ser indiferentes a los hermanos que sufren en nuestro apostolado;
ellos serán siempre destinatarios privilegiados de nuestra acción pastoral. La conversión consiste precisamente en
cambiar nuestro modo de mirar, pasando de la indiferencia a la compasión
(RF 31).
Otras características del misionero
capuchino
Ciertamente bastaría
decir que el misionero capuchino debe ser fraterno, menor, contemplativo y
apostólico. Si bien esto es verdad, queremos referir algunas otras
características que encontramos en la Ratio
y que, aunque puedan estar implícitamente relacionadas con las cuatro de más arriba,
es importante tenerlas en consideración.
* Itinerante – El modelo de vida itinerante nos centra en lo fundamental
(RF 8). El misionero capuchino vive intensamente allí donde la obediencia le
puso, buscando ser en ese sitio concreto un don total, y estando siempre listo
a partir. No se apropia de nada, ni siquiera de su misión. La centralidad de Cristo en nuestras vidas nos ayuda a entender la
misión desde su dimensión itinerante (RF 113). No es propio de nosotros no
querer desprendernos de algunas actividades, o sufrir porque alguna de nuestras
presencias debe ser entregada.
* Capaz de encuentro – Precisamente, el Evangelio –el libro que
narra los encuentros de Jesús, la mayor parte con pobres, enfermo y excluidos–
nos propone, como centro de la vida, la capacidad del encuentro (RF 18). El
misionero capuchino no puede ser un hombre encerrado en sí mismo, o que huya de
las personas, y mucho menos que se esconda de los necesitados. Al contrario,
favorece el encuentro: no solo se deja encontrar, sino que sale a buscar al que está perdido.
* Expertos en comunión – La
fuerza carismática de nuestra vocación capuchina, comprometida con la misión de
la Iglesia, nos hace expertos en comunión gracias al testimonio de las
relaciones (RF 121). Como somos formados para saber acoger el diferente,
para escuchar, dialogar con humildad, descubrir el bien en el otro,
respetar la singularidad…, esto nos hace
expertos en generar comunión. Todo capuchino debe ser hábil en mediar
conflictos, capaz de dialogar y trabajar junto con otras iglesias u otras
religiones, involucrar en iniciativas de bien común a los no creyentes, o los ateos,
a científicos, a políticos, a líderes sociales…, sin miedo de sacar lo mejor de cada uno. Es propio de nuestra misión la creación de
espacios de escucha y de diálogo entre fe y razón, entre creyentes y no
creyentes, entre las distintas confesiones cristianas y las distintas
religiones (RF 125).
* Fiel y creativo –Fidelidad y
creatividad son las claves para seguir más de cerca y amar más intensamente a
Jesús (RF 57). En un mundo que cambia, en el encuentro con culturas
diversas, delante de situaciones completamente nuevas, es fundamental que el
misionero no sea un mero repetidor del pasado, sino que ––teniendo claro los
valores–– busque creativamente formas nuevas y adecuadas de proponerlos y encarnarlos
en la vida. La reforma capuchina supo contemplar a Francisco y recrear en los nuevos contextos culturales
sus genuinas intuiciones (RF 57), tarea que debemos continuar realizando
hoy. Estamos llamados a una fidelidad creativa:
a encontrar, en las diversas culturas, cómo testimoniar el Evangelio (RF
135).
* Propositivo –El Evangelio no
se impone, se propone y toma como punto de partida el reconocimiento de la
verdad que habita en el otro (RF 41). Nuestro carisma nos lleva a una
evangelización respetuosa. Aunque el misionero esté muy convencido de sus
valores, en primer lugar los presenta con su vida, después busca reconocer el
bien que ya existe en donde está[5] y,
desde allí, con sencillez y humildad propone a Jesucristo.
* Gratuito – La gratuidad está
en el corazón de lo franciscano (RF 62). El misionero capuchino es un
hombre que entendió que debe dar gratuitamente lo que ya recibió y continúa
recibiendo de manera gratuita[6]. No
puede elucubrar segundas intenciones en lo que hace. Ni mucho menos vivir
pendiente de la retribución por su labor pastoral. Nuestra reforma capuchina ha
insistido mucho sobre esto. Ciertamente es importante encontrar formas de auto sostenimiento, pero sin olvidarse
nunca de la Providencia y sin perder la gratuidad.
*
Capaz de trabajar en equipo – Somos enviados por la fraternidad, y nuestra
misión tiene sentido solo si nos mantenemos en comunión fraterna y con la
Iglesia. La pastoral en fraternidad es el mejor antídoto contra el activismo y
el individualismo, y nos protege del narcisismo apostólico (RF 121). Es muy
importante que el misionero sepa trabajar en equipo y haya superado la
tentación de creerse el único salvador. Entrenado por la vida fraterna, debe
también vivir esta dimensión con los líderes de las comunidades a las que le
toca servir, favoreciendo la ministerialidad de los laicos, y trabajando
siempre con consejos (pastorales y económicos) y comisiones. También en la
misión se tiene que superar la idea del fraile que hace todo solo.
*
Despreocupado por el “éxito” pastoral
– La fraternidad y la misión son nuestra
razón de ser, y no es la eficacia pastoral sino la calidad de nuestras
relaciones lo que nos define carismáticamente y nos hace testigos auténticos
del Evangelio (RF 115). Por eso, los planes pastorales o las estructuras no
están por encima de las personas. Es necesario estar atento a la tentación
de hacernos con las
últimas tecnologías, con la excusa de “servir mejor”,
cuando lo cierto es que tal afán por poseer lo último que sale al mercado nos
aleja del carisma. El auténtico misionero capuchino busca en su misión pastoral
servir con humildad a los hermanos sin estar interesado en el “éxito”, esto es,
sin preocuparse por ser famoso o reconocido. Herederos de San Francisco,
sabemos que la verdadera alegría no
reside en el éxito (RF 51), sino en identificarse con Cristo, especialmente
con Cristo pobre y crucificado. No sirve de nada ser muy eficaces y hacer cosas
increíbles, si ante la primera crítica que recibimos, perdemos la paz.
Cómo impregnar a los formandos de estas
características
En la Ratio encontramos algunas indicaciones
generales, que sirven para ayudar a asimilar todos los valores de nuestra vida.
Aquí, desde una perspectiva más específica, los presentamos en referencia a la
temática de la misión.
* Iniciación – Son muchas las veces que la Ratio insiste en que nuestra formación debe ser impostada en modo
iniciático y, en los números 137, 138, 139, 140 y 141, trata de explicitar
brevemente lo que esto significa. En relación a la misión, esta iniciación
significa concretamente posibilitar que el candidato que nos busca se
transforme en un misionero capuchino. Iniciar en la misión capuchina supone
mucho más que estudiar ciertos contenidos pastorales y participar en algunas
actividades con la gente. Es necesario que a través de un programa completo
elaborado a partir de nuestro carisma misionero, que tenga en cuenta la
realidad personal de cada uno (dones y limitaciones), el formando asuma de
forma progresiva y en primera persona ––teórica y experiencialmente–– todo lo
que de verdad importa para ser un misionero capuchino. Y, al final de este
itinerario, demuestre haber asimilado nuestros valores y desarrollado un
auténtico deseo de entregarse a la misión para la que la Orden lo necesite.
* Siempre presente – Para que nuestra formación sea integral, la Ratio nos indica que las cinco
dimensiones (carismática, humana, espiritual, intelectual y misionera-pastoral)
deben estar presentes en todas las etapas de la formación[7]. Esto
significa que, aunque en una etapa el acento pueda ser más fuerte en una de
ellas, las otras no pueden nunca estar ausentes o ser olvidadas. Todas las etapas han de tener (la misión) en
su horizonte (RF 122). También el noviciado, que muchos pensaban como un
año sin pastoral, tiene que encontrar el modo apropiado de integrar esta
dimensión, aunque sin dejar de insistir de un modo más marcado en otras
realidades. Es por eso que la Ratio
indica propuestas concretas para cada una de las etapas.
* Continua y coherente – Un
camino de iniciación, continuo y coherente, debe ayudarnos a encarnar nuestros
valores carismáticos (RF 122). Aparte de ser necesario que esté presente la
dimensión misionera-pastoral en todas las etapas, es también fundamental que
exista una continuidad en esta formación; el hecho de que las experiencias sean
diferentes en cada etapa, no impide que, en su conjunto, todas deban responder
a un plan que las aglutine de un modo coherente. No basta una programación específica para cada etapa;
es importante que todo lo programado, en el conjunto del camino formativo,
responda a una coherencia global y al objetivo general de la formación.
* Progresiva –Otro aspecto en que la Ratio insiste mucho es que, delante del objetivo final que tenemos
–un hermano que sea fraterno, menor, contemplativo y no solo disponible sino
vibrante con la misión, sin medir las dificultades o imponer exigencias–,
necesitamos establecer metas para cada una de las etapas, pero que estén
concatenadas en un modo progresivo. Es necesario superar la idea de que la
dimensión pastoral o misionera de cada etapa sea algo que se dé por descontado
o que dependa de la situación del lugar donde se está o de la sensibilidad del
formador correspondiente. Menos aún, que sea un modo sencillo de ocupar los
fines de semana de los formandos con actividades externas. Pues de este modo, aunque siempre haya
actividades pastorales en todos los años, no habrá una verdadera formación para
la misión, según lo indicado arriba. La dimensión misionera-pastoral necesita
ser planeada y orientada según un itinerario de crecimiento. En cada etapa, o en
cada año, es necesario tener claro los objetivos a los que se quiere llegar,
sabiendo que en la próxima etapa deberá darse un paso más, hasta lograr el
objetivo final. Al
finalizar el proceso de formación inicial los hermanos deben tener un
conocimiento suficiente del mundo en su realidad local y universal, y haber
adquirido las herramientas necesarias para hacer un discernimiento pastoral en
los distintos ambientes socio-culturales, prestando atención a la dimensión
ecuménica y al diálogo interreligioso (RF 124).
* Contenido y experiencia – Los
valores carismáticos se transmiten a través de experiencias y contenidos
(RF 180). Porque es iniciática, nuestra formación debe saber entrelazar correctamente
los contenidos, que han de ser sólidos y bien trabajados, con experiencias prácticas
que posibiliten la real asimilación en la vida de lo aprendido en la teoría. La asimilación de los aspectos teóricos
influirá en la profundidad con que se vivan las experiencias, y de la
autenticidad de éstas dependerá el logro de los objetivos que nos hemos
propuestos (RF 177). Esto significa que, pensando en la misión, en algún
momento del proceso formativo se debe enseñar al formando, por ejemplo, a hacer
un plan pastoral capuchino que recoja cuáles son las técnicas, qué se debe
tener en cuenta, qué tipos de encuestas se debe hacer, cual es el modo de estructurarlo, etc; todos estos
contenidos deben ser desarrollados, aprendidos y experimentados en la práctica.
Lo mismo con todas las temáticas relacionadas con nuestra misión: desde lo más sencillo ––como sería
las técnicas de escucha, de comunicación y predicación, la gestión de
conflictos–– hasta contenidos propios de misionología, ecumenismo, diálogo
interreligioso, organización económica de la pastoral, todo siempre acompañado de experiencias
fuertes donde se pueda encarnar lo estudiado. No basta pensar que esto se
estudiará en institutos filosóficos o teológicos, porque aunque sea así, estos
centros no tienen normalmente nuestra mirada ni comparten lo específico de nuestros
objetivos. A lo largo de nuestras etapas de formación, las experiencias
pastorales que serán propuestas deben ser preparadas y acompañadas por estudios
serios de lo que queremos que nuestros formandos aprendan, desarrollen y
asimilen con vistas a los objetivos que tenemos para esta dimensión. Muchas
veces se realizan experiencias pastorales sin que se dé ninguna preparación a los
formandos, enviándolos a las mismas como francotiradores solitarios.
* Acompañada y evaluada – Otra insistencia de la Ratio es que todo lo que se realiza en las etapas de formación sea
acompañado por la fraternidad formadora y sea seriamente evaluado, para darse
cuenta de lo que ya está asimilado y de aquello que aún hay que insistir. También esto, es una
necesidad urgente e indispensable en la dimensión misionera-pastoral. Todas las experiencias pastorales deben ser
acompañadas y evaluadas (RF 123). Nuestros formandos no pueden ser
abandonados en la pastoral, sin una dirección y sin alguien con quien puedan
dialogar y orientarse. De acuerdo a los objetivos que se marquen en cada etapa,
es preciso dar la debida instrucción teórica (como hemos dicho arriba), pero
también acompañar, mostrar, hacer juntos la experiencia, dejar tomar las iniciativas
pertinentes, planear actividades, objetivos y metas, y evaluar ––entre los
formandos, con la comunidad y con la fraternidad–– el desarrollo de la misión y
acoger las nuevas indicaciones. Es así como se irá modelando el misionero con las
características que hemos presentado en los parágrafos anteriores. Aquí se
descubre si ya se tiene capacidad de diálogo, apertura, disposición para el
trabajo en equipo y, también, se pueden identificar y hasta superar tendencias
como el protagonismo, el activismo, el narcisismo pastoral o apostólico, la autosuficiencia,
el individualismo o la competitividad que, como señala justamente la Ratio, no deben estar dentro de nuestras vidas[8].
* Personalizada – Ciertamente los valores capuchinos deben ser
asimilados por todos pero, como cada formando es diferente, también el tiempo y
el modo de asimilación pueden ser diferentes. De hecho, el proceso de
iniciación no se da de un modo masificado, sino que cada uno debe ser
acompañado en su proceso de transformación. También esto sucede en relación a
la misión: los proyectos formativos de
las distintas circunscripciones han de favorecer la dimensión pastoral a través
de itinerarios diversificados que tengan en cuenta los dones y carismas de cada
hermano (RF 123). Sin perder de vista que esto no significa que, a causa de
los dones personales que uno tenga, se le va a dispensar de alguno de los
valores capuchinos. Por eso, las fraternidades juntamente con los formadores, han
de permanecer atentos para ayudar a cada formando a descubrir los dones
personales que Dios les dio para servir al pueblo, pues no son para nuestro beneficio, sino para los otros (RF 62). Esto
significa que tales dones deben ser refinados y purificados en el crisol de nuestros
valores y el formando tiene que estar abierto a esto, pues el don de Dios,
usado sin criterios madurados en la fe, puede no ser un servicio sino una forma
disfrazada de egoísmo. En la formación, especialmente con el acompañamiento
personalizado, y también en la pastoral, se debe reconocer las tendencias al narcisismo pastoral, al individualismo,
a la autosuficiencia, al autoritarismo, para que se puedan administrar las
debidas medicinas/correcciones y ayudar a estos hermanos
en su conversión pastoral.
Las
indicaciones para cada etapa de la dimensión misionera-pastoral
* Formación
permanente
191. Dimensión misionera-pastoral
- Evangelizar con la vida y la palabra desde el testimonio de las
relaciones fraternas.
- Colaborar con la acción pastoral de la Iglesia, respondiendo a las
necesidades más urgentes.
- Tomar conciencia de la importancia de acompañar espiritualmente a los
hombres y mujeres de hoy.
* Etapa
vocacional
221. Dimensión misionera-pastoral
- Si el candidato participa en alguna actividad pastoral, mantener su
colaboración; en caso contrario, sugerirle alguna tarea pastoral.
- Dar a conocer, de forma general, los servicios pastorales y apostólicos
que la Orden, la Provincia o la Custodia realizan.
- Iniciar en la lectura del Evangelio, privilegiando textos que presentan
con mayor claridad la pedagogía pastoral de Jesús en el anuncio del Reino de
Dios.
* Postulantado
240. Dimensión
misionera-pastoral
- Consolidar, a
través del acompañamiento, los criterios de fe para la vida.
- Comprometerse a una
primera experiencia de trabajo apostólico y de servicio a los pobres.
- Crecer en la
sensibilidad misionera y social, atento a leer los signos de los tiempos.
* Noviciado
264. Dimensión
misionera-pastoral
- Descubrir en
nuestra misión carismática una vía para colaborar en la construcción de un
mundo más evangélico y fraterno.
- Tener encuentros
con hermanos de la circunscripción que encarnan en su vida y en sus valores carismáticos
la misión de Jesús.
- Realizar
actividades de servicio entre los pobres y necesitados.
* Post noviciado
284. Dimensión misionera-pastoral
- Aprender a programar y evaluar en fraternidad las tareas pastorales.
- Realizar experiencias de misión en situaciones de frontera.
- Buscar el equilibrio entre la acción, la vida espiritual, la fraternidad
y el estudio.
Estas son indicaciones básicas y generales que
necesitan ser enriquecidas con lo propio de cada circunscripción. Se percibe un
crecimiento progresivo en tales indicaciones pasando desde una sencilla orientación
a acercarse a algún tipo de pastoral, hasta empezar a asumir alguna actividad
de modo orientado, descubrir la impronta de nuestro carisma en tal actividad y ser
capaz de programar y realizar en fraternidad el apostolado. Esta progresividad debe
clarificarse de una forma palpable en el proprio itinerario diseñado en cada
lugar, cuando concretamente se indican los contenidos que deben ser estudiados
y las experiencias que les acompañan, de acuerdo a los objetivos que serán
formulados. Tenemos que ofrecer los medios necesarios para lograr lo que
deseamos.
Cada formando debe crecer en la sensibilidad misionera: se trata de descubrir que hay un mundo que clama nuestra presencia y nuestra acción; entender que nuestro modo de actuar debe estar marcado por nuestro carisma franciscano-capuchino, que se enriquece con el don personal de cada hermano sin perder el vínculo de la fraternidad; mantener siempre la tensión de desear estar en las fronteras. Este crecimiento debe ser estimulado y, cuando se percibe que esto sucede ––o todavía peor: cuando está disminuyendo––, hay que intervenir, evaluar y reprogramar. No se puede cerrar los ojos cuando se capta que un formando no tiene pasión por la misión o no se deja formar en este ámbito[9].
Por esta razón, son muy importantes las indicaciones
que nos hacen conocer la pedagogía de Jesús y sus opciones, pues nos permiten consolidar
estos criterios de fe y de vida, descubriendo al mismo tiempo en la historia de
la misión de la Orden y de la propia circunscripción cómo fueron encarnados, siendo
sensibles a los tiempos actuales, capacitándonos para desear y hacer
experiencias fuertes con los leprosos de hoy. Es necesario que todo el
itinerario sea bien pensado y realizado, se queremos que al final nuestro
formando sea capaz de entregar el don total de sí mismo, pues esto no es
natural en nosotros, sino algo sobrenatural fruto de un camino de conversión y
entrega. El
objetivo es acompañar al candidato para que, a partir de su realidad concreta,
con los medios formativos adecuados, pueda vivir un auténtico camino de
conversión haciéndose discípulo de Jesús (RF 138).
Formados y enviados
La misión se entiende de dos modos complementarios: la misión ad
gentes, como tradicionalmente se decía, que sería aquella que implica salir
del territorio de su circunscripción o de su nación[10].
Esta misión es muy importante para la Iglesia y para la Orden, con ella
ayudamos en la implantación de la Iglesia y de la Orden, o al menos en la
implantación de la Orden, y es signo de nuestra vida. Todas las
circunscripciones, incluso las pequeñas o aquellas donde disminuyen las
vocaciones, deben igualmente enviar algún hermano. Deberíamos pensar en algún
criterio como, por ejemplo, cada 5 o 10 profesiones perpetuas, al menos un
hermano podría ser enviado. Esto da vitalismo a la circunscripción. Por eso es
muy importante, durante todo el camino inicial, tener siempre presente este
horizonte y, en algún momento, proponer a todos los formandos alguna
experiencia fuerte de misión ad gentes, para que
la divina inspiración (RB XII, 1) pueda
tocar al menos el corazón de algunos hermanos.
La
otra posibilidad de misión es la nueva
evangelización. Nuestras Constituciones definen como misión también el
trabajado evangelizador destinado a las personas que abandonaron la fe o se
alejaron de la Iglesia[11].
Por eso, todas nuestras presencias deben
estar atentas a desarrollar una pastoral no solo destinada a los que ya
participan en la vida de fe (a los que hay que seguir
sosteniendo), sino trabajar para que los nuestros sean conventos en salida. También los hermanos que no saldrán de sus territorios para la misión deben de
igual modo ser misioneros. No podemos asistir pasivos al proceso de secularismo y de descristianización, debemos ser osados, fieles y
creativos, para hacer lo mismo que hizo Francisco junto a sus primeros
hermanos. Por eso, es fundamental que nuestra formación consiga despertar en
todos nuestros formandos el deseo de la misión y les dé los instrumentos
necesarios para realizarlo.
Como capuchinos seguimos siendo enviados
donde nadie quiere ir (RF 72). Es importante estar preparados para esto, y hacerlo siempre desde nuestro carisma. No solo en
territorios lejanos de misión, sino también en las periferias existenciales que
pueden estar muy cercanas a nuestros conventos. Hay muchos lugares donde nadie quiere ir, e desgraciadamente tantos lugares ocupados por nosotros donde muchos querían estar. No litiguemos por estar donde otros quieren, esta no es nuestra vocación.
La implementación de la Ratio ciertamente llevará a nuestra Orden a una importante
renovación, especialmente en la vivencia de nuestro carisma, también en
relación a la misión. No tengamos miedo de ser prudentemente osados, pues somos una Orden que tiene el espíritu de
ser una reforma y esto es una actitud que
forma parte de nuestra identidad carismática (RF 73). Tal vez en algo
podremos equivocarnos y necesitaremos evaluar y replantear de nuevo algunas
cosas, pero tenemos que asumir los
riesgos que conlleva caminar hacia un futuro no escrito (RF 73).
Ciertamente las nuevas generaciones iniciadas en esta
voluntad de ser auténticamente capuchinos contribuirán a renovar el
entusiasmo de nuestra Orden por el Reino de Dios y la vivacidad que siempre nos
ha caracterizado a lo largo de los siglos[12].
Pero, también a los hermanos que vivimos en formación permanente, la nueva Ratio nos brinda una ocasión única de
aprender con los discípulos de Emaús a recomenzar
siempre de nuevo y ––ahora con mucho más razón–– a no dar nunca por concluida nuestra formación (RF 182).
Secretario General de las Misiones
[1] La reforma capuchina nace con el deseo profundo de
volver a los eremitorios y a los lugares apartados que favorecen el encuentro
con Jesús pobre y crucificado, donde el silencio se trasforma en servicio y
consuelo a los apestados y la contemplación se hace compasión
(RF 69).
[2] Téngase en cuenta de manera especial lo siguiente: que
los candidatos sean por su carácter idóneos para la convivencia fraterna de
nuestra vida evangélica (Const. 18,3).
[3] Fraternidad y minoridad son nuestras señas de
identidad: ser hermanos de todos sin excluir a nadie, acoger de modo
preferencial a los «menores» de nuestra sociedad (RF 64).
[4]
Yo oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?».
Yo respondí: «¡Aquí estoy: envíame!» (Is 6,8).
[5] Nuestra misión es descubrir todo el bien que hay a
nuestro alrededor para cuidarlo, ayudarlo a crecer y compartirlo
(RF 71).
[6]
Dos veces la Ratio cita Mt 10,8: Gratis lo recibisteis, dadlo gratis (RF
62; 71).
[7] El método integrativo exige que todas las
dimensiones, con su respectiva fuerza carismática, estén presentes de modo
iniciático y progresivo en las distintas etapas del proceso formativo
(RF 61).
[8] Desde los programas de formación académica hay que
insistir en la necesidad de una metodología que favorezca dinámicas de grupo
que nos ayuden a pensar juntos, superando la competitividad, la
autosuficiencia, el narcisismo intelectual y a establecer diálogo
interdisciplinar entre los diversos conocimientos (RF 110);
La pastoral en fraternidad es el mejor
antídoto contra el activismo y el individualismo, y nos protege del narcisismo
apostólico, de patologías afectivas o del uso inapropiado del dinero (RF
121); La misión nace de una relación
íntima y afectiva con el Maestro, vivida en fraternidad, y evita el
protagonismo o el narcisismo pastoral (RF Anexo 1,28, D).
[9] Acoge con respeto y sin miedo a corregir y a
amonestar, rechazando enérgicamente a los hermanos cuyas motivaciones nada
tienen que ver con el espíritu del Evangelio (RF 148).
[10] Reconocemos la
condición particular de aquellos hermanos, comúnmente llamados misioneros, que
dejando la propia tierra de origen, son enviados a desarrollar su ministerio en
contextos socio-culturales diferentes, en los que el evangelio no es conocido o
donde se puede prestar servicio a las Iglesias jóvenes (Const.
176,2).
[11] Del mismo modo, reconocemos el compromiso misionero
particular de los hermanos enviados a lugares en los que es necesaria una nueva
evangelización porque la vida de grupos enteros ya no está informada por el
evangelio y muchos bautizados han perdido, en parte o totalmente, el sentido de
la fe (Const.
176,3).
[12] R. Genuin,
Agradezcamos al Señor, 29.